lunes, 31 de octubre de 2011

UNA EXPERIENCIA PERSONAL Y UNA EVIDENCIA SOCIAL

Es sobradamente conocido que me dedico a la educación, concretamente a la educación especial, o el sucedáneo que suele ser dicha especialidad en los centros ordinarios (salvo alguna excepción los alumnos no son casos de educación especial "de libro"; aunque sobre eso también existen opiniones contrarias, igual de respetables que la mía). Pero no vamos a perder el tiempo, al menos en este momento, profundizando en mi concepción global de la educación, la educación especial y otras zarandajas afines, aunque volveremos sobre el asunto a medida que avance la entrada.
Lo que me impulsa a escribir hoy esta reflexión es la necesidad de transmitir los sentimientos encontrados que me ha producido la experiencia de trabajo con un alumno con problemas "claros" y "concretos", que  por motivos que desconozco y sobre los que no deseo indagar, pues nada va a cambiar tal acción, no ha recibido la atención necesaria, al menos en el aspecto procedimental. 
Tal vez lo mejor que pueda hacer sea describir someramente el asunto, cuestión que seguramente agradecerá el lector, y que ayudará a que todos nos situemos en un plano de conocimiento similar sobre el asunto que nos incumbe hoy.
A principio de curso en mi nuevo destino se me habla de un alumno al que se le debería hacer un hueco en mi horario (expresión que significa algo así como necesita ayuda pero algo, falta de diagnóstico, el tutor no lo considera necesario... impide que sea atendido por el especialista). Uno, que esos primeros días está más perdido que el Papa en Pachá, lo apunta, pero no recibe ese nombre en el listado de alumnos prioritarios y se olvida del tema. Posteriormente se me dice que el alumno debería recibir atención, parece que ya es uno de los niños prioritarios, y uno se pone mano a la obra. El diagnóstico, refrendado por el/la orientador/a es de dislexia. 
Uno, que huye de diagnósticos, al menos de diagnósticos como etiqueta limitadora, se dedicó a echarle un vistazo el primer día y, una vez más, se encuentra a un niño, pre adolescente en este caso, que tiene la "virtud" de leer a toda hostia, inventándose palabras para conseguir adquirir esa presunta velocidad lectora. Como no es el primer caso que conozco de presunta dislexia cuyo problema es que en algún momento a alguien le importó más hacer como que se lee, eso sí todo muy rápido, que leer lo que realmente intenta transmitirnos el autor del texto, me alegré de encontrarme con esta situación. Me alegré porque mi trabajo iba a consistir en que el alumno leyera más despacio. Sin embargo, también me cabreé cuando me enteré que el chaval llevaba yendo más de dos años a un gabinete privado para tratar la problemática, especialmente cuando me contó como trabajaban para erradicar las dificultades.
Debo reconocer que sólo he trabajado con el alumno y su dislexia cinco sesiones. Pero tras contarle cual era su problema, como íbamos a trabajarlo y, sobre todo, darle pautas para realizar las cosas correctamente el pre adolescente  ha bajado su velocidad lectora, comete muy pocos errores, comprende todo lo que lee y, lo más importante, cuando algo de lo leído no le suena bien, no es coherente, vuelve a leerlo hasta que tiene sentido. Por si esto fuera poco utiliza la vía indirecta, lectura lenta,  letra por letra, sílaba por sílaba, cuando encuentra palabras largas o verbos, vocablos en los que cometía infinidad de errores, pues si quería leer rápido no podía leerlos enteros, no era capaz de hacerlo y, como lo importante era la velocidad,  utilizaba varias letras de las palabras en cuestión, las que le daba tiempo a leer, para pergeñar un término que contuviera esas letras (difícil ejercicio de precisión e imaginación).
Con lo escrito hasta ahora no me quiero echar flores por mi buen hacer, pues he tenido buenos maestros en este aspecto a los que les debo mucho y, además, me pagan por realizar este trabajo, más bien intento reflexionar sobre aspectos tan inquietantes, al menos para mi,  como el tratado hoy. Como existen alumnos, no sólo el mencionado hoy, diagnosticados de ésto o de lo otro, a los que realmente les falta aspectos de base, aspectos procedimentales. O lo que es lo mismo: su carencia real es que nadie les ha ensañado los rudimentos para hacer las cosas bien. En muchas ocasiones damos por hecho que todo el mundo sabe interpretar el mundo como lo hacemos la gran mayoría de nosotros, pero no es así. A veces es fundamental que enseñemos a los chavales, a los adultos también, a analizar los procesos necesarios para realizar las actividades.
Muy posiblemente con un ejemplo se entienda mejor lo que quiero decir con un ejemplo.
A uno le encanta cocinar, creo que soy un cocinero aceptable o relativamente bueno, pero, como todo el mundo, al principio no tenía ni idea del asunto. Cuando hace unos quince años me daban una receta de cocina casi nunca el resultado era el esperado. ¿Por qué? Porque no dominaba aspectos básicos como la cantidad de aceite, el calor del aceite para freír algo, el tiempo de cocción del pescado y veinte mil historias que ahora me parecen normales. A base de experimentar y de ver y escuchar a cocineros uno ha ido comprendiendo la importancia de estos aspectos, que a cualquier cocinero le parece lo más normal del mundo, pero yo, imagino que como la gran mayoría de la gente que le encanta este mundo, he tenido que aprenderlo a base de escuchárselo a mi suegra, a cocineros, a amigos... En definitiva, que alguien me ha tenido que explicar que para hacer algo hay que dar unos pasos determinados. Pues estos pasos, necesarios para realizar correctamente las tareas a realizar, son los que damos por hecho que nuestros alumnos conocen y no siempre es así. Es más, estos pasos en muchos casos están relacionados con la metacognición (capacidad de afrontar un problema, plantear estrategias, ponerlas en práctica y valorar si el resultado es el esperado) y, al menos así me lo dice las experiencia, basta con explicar como abordar la resolución de los problemas, que no tienen que ser de matemáticas,  al alumno para que este mejore. 
En definitiva, en muchos casos lo que debemos hacer es enseñar a hacer, no enseñar a leer rápido (ya llegará) o a sumar y restar mentalmente a toda leche. Tal vez ese sea el cambio pendiente: debemos enseñar a los niños a hacer, pues sabiendo hacer ellos tendrán más capacidad de aprender y de desenvolverse en la vida.
Un saludo.

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