viernes, 20 de julio de 2012

INFINIDAD DE ESTRELLAS QUE SON NOSOTROS

Necesito desintoxicarme mentalmente, aunque sea de manera temporal, de todo lo que acontece en nuestro país. Sé que por ello no van a dejar de existir los problemas y que, en breve, volveré a escribir sobre todo aquello que atenaza la vida de la gran mayoría de los ciudadanos españoles, pero, por un momento, me apetece dirigir la mirada hacia otro lugar. Qué mejor lugar para dirigir la vista que el cielo nocturno, casi limpio de contaminación lumínica, que se observa desde el pequeño balcón de mi casa. 
Uno de los pequeños placeres de la vida consiste en observar quedo, sin prisas, la bóveda celeste, limpia  de nubes que limiten su visión. Como el lector bien sabe, este pequeño proceso conlleva la aparición progresiva de una miriada de pequeños puntos luminosos que parecen querer borrar la profunda oscuridad, tiñendo progresivamente de blanco la gran mayoría del lienzo que en un principio parecía sostener un número limitado, casi asequible, de estrellas. En cuestión de pocos minutos el firmamento parece devolver un mensaje de infinitud que, de rebote, nos recuerda nuestro limitado espacio físico y temporal en ese decorado cuasi eterno. La sensación de impotencia, de pequeñez, ante ese panorama, sustentado en distancias abismales, leyes invariables y procesos de nacimiento, muerte y resurrección, aparece indefectiblemente, como disparada por un resorte ancestral que navega en nuestros genes. Sin embargo, esta sensación de pertenencia prestada se diluye cuando todo se somete a la razón. Nosotros formamos parte, y somos consecuencia, de todo aquello que vemos cuando alzamos la vista en una límpida noche estival. Cada uno de los átomos que conforman nuestro ser nacieron en ese Universo inabarcable. Incluso nuestra consciencia, que nos permite reflexiones como la que desgrano en este momento, ha sido construida a base de pequeños compuestos químicos nacidos en esa mayúscula eclosión de decadencia y regeneración de soles, nubes de polvo inabarcables, fuentes de energía y reacciones meridianamente conocidas. Sí, nosotros constituimos parte de ese entramado, aunque nos sintamos indefensos, minúsculos, en ese tablero de ajedrez que funciona independientemente de nuestra existencia. 


No, no somos un mierda en comparación con lo que nuestra vista puede captar en un cielo nocturno. Somos parte de ese cielo nocturno. Con total probabilidad el azar nos ha traído hasta aquí, aunque sea para destrozar el hogar del que emergimos y al que debemos todo, pero ese azar se construye con las mismas sustancias y reacciones básicas que conforman todo lo que podemos abarcar con nuestros ojos y con nuestro pensamiento. 
La consciencia, que nos lleva a plantearnos lo limitado de nuestra existencia frente al panorama abrumador y, aparentemente, invariable que aprehendemos a través de la observación, puedo suponer un freno para comprender nuestra pertenencia a todo lo que admiramos. Una pequeña jugarreta de nuestro cerebro, posiblemente diseñado, a través de experimentos evolutivos, para comprender e identificarse con los inmediato, lo abarcable, pero no para considerar que formamos parte de un todo que nace, crece, se destruye y vuelve a nacer. 
El sodio y el potasio, necesarios para que los impulsos eléctricos de nuestras neuronas se transmitan entre ellas, permitiéndonos, entre otras cosas, aprehender la realidad, no dejan de constituir un ejemplo de que formamos parte de ese todo que nos abarca y al cual pertenecemos. 
El miedo, enamorarnos, deprimirnos... cualquier respuesta humana que consideremos se construyen a través de reacciones químicas y físicas a pequeña escala, pero regidas por los mismos fundamentos que sostienen cualquier rincón ignoto de ese Universo, casi perenne, que nos cobija y que, como especie, intentamos explicar desde la ciencia o desde la teología. 


Comprender que formamos parte del engranaje de esa maquinaria, que nos presta, en cantidades minúsculas, su esencia para vivir parece un paso necesario para ubicarnos en este mundo. Nuestra consciencia constituye un accidente, maravilloso accidente, que podemos aprovechar para imbuirnos de la realidad o para construir realidades paralelas que, generalmente, conllevan sufrimiento para una parte de los seres humanos que permanecemos atrapados en este maravilloso planeta. 
El antropocentrismo, generador de una distorsión cognitiva, que conlleva la falsa creencia de sentirnos superiores a seres vivos y objetos inertes que nos rodean, o inferiores, cuando se trata de enfrentarnos, por ejemplo, con lo que existe allí "arriba", no nos permite ubicarnos en nuestro lugar como parte integrante, una más, ni mejor ni peor, de este todo que constituye todo lo que existe en el Universo. 
Considero que no debemos perder de vista este hecho, pues la pérdida de referencias nos aboca a caminar a ciegas, buscando la legitimidad en nuestra consciencia a todos aquellos actos que atentan contra nuestros iguales y contra este planeta, que envenenamos un poco más cada día que pasa. Cualquier teoría religiosa, política, económica... que encierre en el baúl del olvido quiénes somos y de dónde venimos aboca a una parte de la humanidad a sufrir, a padecer y, en muchos casos, a morir de manera gratuita. 
No pretendo que busquemos una comunión con las estrellas, con el Sol o la Luna, no creo en ello, hay demasiado charlatán por metro cuadrado en este mundo, pero sí considero importante que recordemos que formamos parte de un sistema, muchísimo más amplio, basado en el equilibrio, construido con ladrillos de muy pocas clases anclados con una argamasa de fuerzas diversas que han permitido que estemos aquí, leyendo esta extraña entrada. Cuanto más nos separemos de esta visión y más incidamos en teorías antropocéntricas difusas más nos alejaremos de la realidad y más sufriremos. Todo lo que conocemos, y pertenecemos, es fruto de un equilibrio, más o menos inestable. Cuanto más nos alejemos de ese equilibrio las consecuencias para nosotros serán más terribles. La destrucción del planeta, el hambre, la miseria, la muerte debida a condiciones de vida inhumanas constituyen ejemplos palmarios de como la ambición, la desmesura, en resumidas cuentas, el alejamiento de ese equilibrio, sustituido por teorías políticas y económicas de nula validez. 


Tal vez, sólo tal vez, cuando alguien nos intente vender la moto de sus ideas deberíamos utilizar un filtro que cuestione si esos postulados, generalmente presentados como buenos que te cagas, responden a la realidad, la única, que dicta que formamos parte de algo más grande y que somos fruto de un equilibrio nacido de la experimentación y el azar. Si aquello que nos presentan habla de dioses inescrutables o de leyes de funcionamiento de la sociedad, bien políticas o económicas, que se alejan de ese equilibrio que nos ha traído hasta aquí, no hay duda: alguien, intentando burlar la realidad, quiere arrimar el ascua a su sardina, al menos hasta que las sardinas se extingan.
Me ha quedado una entrada demasiado rara, entre filosófica y panfletaria, pero me gustaría que el lector alzara la vista una noche cualquiera hacia el firmamento y, si la contaminación lumínica los permite, otee el infinito finito. Lo que ocurra después será su propia experiencia.
Un saludo.

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