viernes, 27 de julio de 2012

RELATOS CORTOS ESTIVALES

La cuarta plaza en la final de las Olimpiadas le dejó un muy mal sabor de boca. La gloria se le había escapado por centímetros. El trabajo, el sacrificio de años no se había visto compensado por la anhelada presea. El diploma de finalista le pareció escaso premio. Cuando al día siguiente, a punto ya de abandonar la Villa Olímpica, le comunicaron que el subcampeón de la prueba había dado positivo en el control antidoping una cascada de sentimientos contradictorios se agolparon en su interior. Al final la medalla había llegado, aunque fuera de aquella manera. Sin embargo, no podía dejar de pensar en su rival, ahora defenestrado, al que conocía, superficialmente, por compartir los servicios de aquel gurú de la medicina deportiva sobre el que recaían sospechas por su práctica poco convencional.

Por un instante revivió cual había sido su forma de entender la vida: el diálogo como forma de resolver los conflictos, mayores o menores, que habían surgido durante su vida de adulto. Sus hijos no habían visto programas televisivos o películas donde la violencia apareciera. Había ocupado mucho tiempo de su vida en enseñar a sus pequeños a resolver los conflictos de manera pacífica. Ahora él se encontraba allí, frente al cuerpo agonizante del director de la sucursal bancaria que pretendía quedarse con su casa, el esfuerzo de tantos años de trabajo. Extrajo el largo cuchillo de cocina del abdomen del otrora dicharachero trabajador de banca y volvió a hundirlo para robarle el último hálito de vida.

Cuando su único hijo, lo más importante que le había pasado en la vida, según él decía, comenzó a estudiar la carrera de Historia sintió una pequeña decepción. Él hubiera preferido que su descendiente fuera arquitecto o ingeniero; pero el tesón de su vástago le había hecho desistir de sus aspiraciones. Sintió algo de alivio cuando le comunicó que se especializaría en Historia Contemporánea, más concretamente en el siglo XX español. "Al fin comprendería la gran obra llevada a cabo por ese gobernante por el que sentía tanta admiración y que tanto bien había hecho a España", pensó el padre con satisfacción. Pero la alegría se tornó primero en preocupación y luego en enfado cuando su hijo le intentaba hacer ver que su idolatrado líder era un ventajista con una única preocupación: seguir detentando de forma omnímoda en el país, no importándole los medios para conseguir tal fin. La conmoción inicial dio paso, de manera rápida, a un enfrentamiento abierto con su hijo. Años después su hijo ha publicado varios libros sobre el asunto, y él, que decía que lo más importante que le había pasado en la vida era su hijo, hacía bastante tiempo que no le veía. Seguramente si le hubiera visto en los últimos años habría cambiado algo su frase y hubiese incluido a su nieta, a la que no conocía, entre las cosas más importantes que le habían pasado en su vida.

Su carrera profesional podía considerarse un absoluto éxito. Los temas que cantaba sonaban en todas las emisoras en todo momento. Cada concierto tenía asegurado un lleno, por muy grande que fuera el recinto. Entre la gran mayoría de compañeros de profesión poseía un reconocimiento, tanto por su carrera como por sus manifestaciones públicas a favor del derecho de autor. La última vez que se convocó un acto público contra la piratería tuvo el honor de ser el portavoz del colectivo al que pertenecía. Tras aquella manifestación de compañeros, una vez que llego a su lujosa casa, a través de Youtube pudo contemplar el vídeo de aquel chaval de 16 años, del que tanto le habían hablado. Un crío, con una guitarra, había grabado con una cámara de vídeo de ínfima calidad la interpretación de una canción compuesta por el mismo. La calidad de la misma le abrumó. Un chaval, que no había llegado a la mayoría de edad, había ideado un tema de una complejidad y belleza que él jamás había alcanzado en más de diez años de profesión. Por un momento sintió que toda su vida profesional constituía una gran estafa, diseñada para hacer rica a la industria discográfica y, de paso, a él. Durante unos días la imagen y la música de aquel crío le perseguía y le turbaba, pero su ritmo de trabajo acabó por enterrar aquel recuerdo por mucho tiempo.
 Diez años después, de manera casi traicionera, volvió aquella voz y aquella imagen a su mente. Él seguía siendo un cantante de éxito, sin embargo aquel chaval, que tanto le conmocionó en su momento, no había conseguido salir de su anonimato. Esa fue la última vez que se acordó de aquel vídeo.

Su capacidad de soñar despierto se había agotado hacía tiempo. El cóctel multicolor de pastillas que ingería diariamente le permitían realizar lo que los doctores consideraban una vida normal, que consistía básicamente en hacer lo que hace una persona normal. Intuía desde hace tiempo que algo no funcionaba bien, pues todo en el día a día se reducía a cumplir con rutinas. Un buen día, sin mayor explicación, decidió no volver a llenar el pastillero. Durante varios días tuvo extrañas sensaciones, que él definió como el mono generado por la supresión de la toma de los medicamentos. En cuestión de poco más de una semana todos los efectos secundarios desaparecieron, o se situaron en un nivel que no interfería con su vida. Meses después comprobó lo que hacía tiempo intuía: no había necesidad alguna de depender de complejas moléculas diseñadas en algún laboratorio farmacéutico para poder seguir viviendo; viviendo las mismas rutinas de siempre.

No entendía nada de arte, de pintura o de cuestiones similares. El sistema educativo no le atrajo nunca y pronto empezó a perpetrar pequeños hurtos, que se convirtieron en robos de bastante mayor cuantía en pocos años. Ahora se encontraba allí, frente a aquel cuadro que debía hacer desaparecer de aquel museo para dárselo, a cambio de una sustancial suma de dinero, a aquel rico amante del arte. Sin embargo algo le turbaba en aquella obra. La atracción que sentía por ella no la había sentido jamás ante ningún otro objeto, por muy caro que éste fuese. En ese momento tomó la decisión: ese cuadro debía pasar a ser de su propiedad. Días después su cliente, además de darle una cuantiosa cantidad de dinero, le mostró su gratitud por haber conseguido dicha obra para él. La copia que ahora tenía entre sus manos el millonario era de tal calidad que hubiese engañado a un altísimo porcentaje de expertos. De esta manera comenzó a forjar una de las mejores colecciones de arte del mundo; de arte robado.

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