martes, 31 de julio de 2012

LA FALSA LEY NATURAL

Antes de comenzar con el tema de hoy me gustaría rectificar la rectificación que realicé hace varios días.
En una entrada de hace unos días asumí como inevitable el rescate de España, el rescate total. Expuse con pesar como mis cálculos se habían ido al garete, pues pensaba que nuestro país e Italia eran, en cierta forma, los bastiones inexpugnables que la U.E., o la zona euro, no dejarían caer. Parece ser, con estos tipos nunca se sabe, que, al fin, los diferentes organismos de la U.E. han decidido concentrar todos sus instrumentos para que eso no ocurra. Me alegro, aunque considero que se ha hecho muy tarde, de tener que hacer esta rectificación a mi rectificación. Parece que toda la recua de mamandurrias que se ha apoderado de nuestros destinos empiecen a utilizar la lógica y deba desdecirme de lo escrito hace unos días. Me alegro no por cierta soberbia intelectual, más bien me alegro porque estas presuntas acciones contra los especuladores, fomentados por la propia U.E. y por parte de los países que la integran, tienden a conseguir algo tan importante para el presente y el futuro de los españoles como que una cuarta parte de nuestro presupuesto, aproximadamente, no tenga como destino pagar unos intereses cuantiosísimos, fruto de un laissez faire absurdo y hasta cierto punto criminal.


Dicho esto, me gustaría abordar la cuestión que me traigo entre manos para este día.
Un día de este fin de semana quedamos con unos amigos a los que hacía tiempo que no veíamos. El plan, estupendo: comer algo mientras nos contábamos nuestras alegrías y cuitas, para acabar con un baño en una garganta de aguas frías y cristalinas. Tras el chapuzón, ¡Dios, que rica estaba el agua!, la conversación sobre las toallas derivó hacia el Tema: la estafa. Nuestra amiga expuso como uno de los tipos que dice pertenecer y seguir los dictados de la Escuela de Chicago (los grandes teóricos de esta forma de economía patológica que padecemos) se mostraba indignado cuando al leer The Economist leía la palabra burbuja (léase burbuja financiera, no la que hacen los niños con los pomperos). El fulano en cuestión, del que desconozco nombre y filiación, argumentaba que el Mercado se encargaba per se de corregir esas desviaciones y que no debía, ni podía, utilizarse la palabra burbuja. Obviamente, los cuatro adultos que allí nos encontrábamos sentíamos una estupefacción desmesurada ante semejantes declaraciones.
Al día siguiente, vete tú a saber como, el argumento volvió a mi cabeza y fue motivo de un breve análisis (ya sabe el lector que en mi caso los análisis han de ser breves, debido a mis limitaciones funcionales) que expondré a continuación:
En cierta forma el anónimo "indignado" tiene razón: los excesos de los especuladores se pagan y, por la ley del Mercado (ya veremos a continuación que esto de la ley de mercado constituye una soberana estupidez) todo tiende, a mayor o menor velocidad (he aquí uno de los problemas), hacia un punto sostenible y real.
Este "ideólogo" en el fondo defiende una ley natural, al que él, pomposamente, denomina de mercado. Seguramente con un ejemplo sea capaz de explicar, al menos lo intentaré, porque hablo de ley natural.
Imaginemos un ecosistema en que una cierta clase de herbívoro ha visto disminuir, por la causa que sea, a sus depredadores naturales, unido a la abundancia de alimento. Con total probabilidad la consecuencia de lo expuesto con anterioridad será un aumento sustancial, muy sustancial, en el número de herbívoros en ese hábitat. Este aumento sustancial de los animales en cuestión suele terminar acarreando situaciones de escasez que llegará bien por no encontrar nuevas zonas de pasto, agotando los recursos; o bien, aunque aumenten su zona de alimentación, aumento que siempre tendrá un final, por agotar, igualmente, todos los recursos. En definitiva, la escasez llegará y los muchos individuos de esa especie, posiblemente los más débiles, acabarán muriendo, lo que contribuirá a devolver el equilibrio al ecosistema. 
Esta explicación, donde he obviado a los depredadores y su más que presumible aumento ante unas condiciones favorables, ilustra a la perfección que lo que lo el fulano que leía The Economist denominaba autorregulación del mercado no es más que una ley natural. Lo cual nos lleva a desarrollar las primeras palabras del párrafo anterior, aquellas que decían: en cierta forma el anónimo indignado tiene razón. Para hacerlo seguiremos con el ejemplo de los herbívoros, aunque ahora les dotaremos de inteligencia para dar mayor sentido al mismo.


Pongamos que los herbívoros poseen metacognición, son capaces de anticipar el futuro, lo que les permitiría planificar su futuro. ¿Cree el lector que los citados animales seguirían multiplicándose hasta llegar a un punto que muchos de ellos morirían de inanición? (¡Vale! Además de metacognición les he dotado de la capacidad de controlar su natalidad). Que cada cual busque la respuesta más adecuada a esta pregunta.
No importa tanto la conclusión a la que llegue el lector, como el hecho de que los herbívoros no tienen una inteligencia suficiente para prever las consecuencias en el futuro de sus actos. Y es en este aspecto donde encontramos la gran diferencia: ¿cómo unos tipos pueden apelar a una ley natural, cuando los seres humanos somos conscientes de esa ley y podemos adaptarla para que un gran número de individuos de nuestra especie puedan sobrevivir? O, traducido al cristiano, ¿cómo unos tipos pueden apelar a la no intervención de los seres humanos en un aspecto creado por y para los seres humanos, como es la economía tal como la concebimos?
Lo que unos fulanos, que se consideran la élite de la humanidad por sus "conocimientos", defienden como certeza no es otra cosa que aplicar las leyes naturales a cierta parte del funcionamiento de la Economía (digo a cierta parte porque estos tipejos se olvidan, intencionadamente, de lo finito de los recursos que nos proporciona la Tierra). Toda la estructura ideológica, que no científica, que aportan estos tipos se basa en principios naturales, convenientemente elegidos y disfrazados con términos técnicos, que esconden su indigencia intelectual y moral. 
Diría más, el término competitividad, eje central de todo el entramado ideológico de estos petrimetres, se corresponde con una visión, simplista y estulta, de lo que ocurre en la Naturaleza. Estos "genios" embutidos en trajes costosísimos, recogen como una única realidad natural la competencia entre especies y miembros de una misma especie. Sin embargo el estudio de los diferentes ecosistemas nos demuestra que además de la competencia existe una colaboración, buscada o no, entre especies y miembros de muchas especies, que permite la supervivencia de los diferentes individuos de las mismas. En resumen: de nuevo vuelven a interpretar la realidad de manera parcial e interesada. Tampoco se puede esperar mucho más de esta carroña intelectual y moral. 


Me gustaría concluir con algo que he citado de pasada y que considero fundamental para comprender el presente y el futuro, al menos según lo interpreto yo. Cuando hablé del aumento de población de los herbívoros escribí sobre la posibilidad de aumentar el terreno donde encontrar comida, pero que, indefectiblemente, debido a que siempre se encuentra un límite a esa expansión, las consecuencias sobre la población serían las mismas que si no se encontraran esos ricos pastos de manera inmediata, la escasez y el hambre terminaría por mermar el número de individuos de la especie. Pues bien, como defiendo desde hace tiempo, los neoliberales se encuentran en ese periodo de búsqueda de nuevos lugares para alimentarse, pero, les guste o no, al final no encontrarán comida y el equilibrio volverá a imponerse. En román paladín: sus ideas, nunca teorías, se han demostrado absurdas y desprovistas de cualquier tipo de valía. Tras copar el poder de manera progresiva, o abrupta en los últimos tiempos, desde principios de los 80, la propagación de su credo todo se ha convertido en un sindiós. Ellos siguen buscando nuevos pastos, intentan, y por el momento lo consiguen, que las consecuencias de sus disparates las paguemos la mayoría de los ciudadanos, no así los más acaudalados, para poder mantener su ley natural. Pero como dije, la expansión tiene un límite y todo acaba volviendo a un equilibrio que haga compatible la existencia de la especie con las circunstancias que le rodean. Es cuestión de tiempo, tal vez menos del que pensamos, aunque esto último puede considerarse más como un deseo que como una certeza, pero estas teorías que llaman de libre mercado, otra falacia más, acabarán arrinconadas. El libre mercado, que seguirá existiendo, será embridado y formará parte de una estructura económica más amplia, donde se vuelva, con las pertinentes correcciones, a un sistema más parecido al existente antes de la llegada al poder de Reagan y su cómplice británica. Tal vez el ejemplo más claro lo tenemos en una parte significativa de América Latina.
El lector podrá alegar, justificadamente, que en este caso apelo a la ley natural, mientras que para criticar a esta panda de botarates he utilizado aspectos como la inteligencia y la metacognición. Cierto. Pero estos tipejos, que defienden una parte de las leyes que rigen todo el devenir de la vida sobre la Tierra, están empujando en esa dirección, por lo que la respuesta que obtendrán no puede ser otra que la que la naturaleza proporciona a situaciones como la descrita. Así de simple.
Un saludo.

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