viernes, 6 de julio de 2012

MIS DOS ÚLTIMAS VIDAS

Mi nombre es  Sebastián Gómez Cabrero y me encuentro en mi despacho, sentado frente a unos documentos que han de ser firmados con urgencia por el bien del país que dirijo. Resulta chocante que  mis dos últimas vidas se hayan caracterizado por luchar a favor de los intereses de los pueblos a los que representaba. El destino caprichoso parece vincularme con la libertad de las personas por las que he luchado de manera denodada.
Estas reflexiones imagino que carecen de toda validez para aquella persona que las esté leyendo, debido a la falta de información que tendrá sobre mi persona. Por ello me propongo realizar una descripción, sin excesivos detalles, que permita a cualquiera que lea estas líneas comprender mis pensamientos.
Unos pocos años atrás mi nombre no era Sebastián y no había muerto acribillado a balazos por miembros del ejército británico en una pequeña colonia del Reino Unido llamada Gibraltar. No considero necesario evocar los datos personales que aparecían en mi documento de identidad por aquella época; poco puede aportar a esta historia, aunque sí otras circunstancias personales que ayudaran a a conocer mi convulsa vida de luchador por las libertades de diferentes pueblos.
Años antes de ocurrir este desgraciado incidente que segó mi vida me enrolé en el Ejército Republicano Irlandés, el famoso I.R.A., que, como todo el mundo sabe, aunque no quiera reconocerlo, luchaba por la independencia del Ulster. La falta de libertad de mi pueblo, o de una parte de él, pues otro número significativo de sus habitantes, los traidores probritánicos,  se alineaban con el gobierno opresor, facilitó sobremanera que me alistase en las filas de la organización, que algunos llamaban terrorista. Mi único objetivo en esos momentos consistía en luchar por la verdad y la libertad; no dudando en sacrificar aspectos de mi vida personal, con tal de convertirme en parte de la vanguardia combatiente. 
En breve tiempo , tras una pequeña instrucción militar, me encuadraron en los comandos operativos, participando en acciones que sembraban el desconcierto y el terror entre las fuerzas militares que ocupaban ilegítimamente mi tierra. El objetivo, la independencia de mi querida patria, justificaba las bombas, los tiros  en la cabeza o en la pierna a todos aquellos que no quisieran colaborar. La soberanía era esa madre a la que todos adorábamos y por la que estábamos dispuestos a todo.
En el camino cayeron algunos compañeros y amigos, que no dudaron en dar su vida por la noble causa que he descrito con anterioridad. Y, por desgracia para mi, yo también caí en esa heroica lucha.
A principios de 1988 se me encomendó trasladarme a Gibraltar, junto con dos compañeros más, un hombre y una mujer, para extender la lucha más allá de las Islas Británicas. La mala suerte se cebó con nosotros y en  febrero, cuando nos encontrábamos en la provincia española de Málaga, realizando los preparativos para la acción que se nos había encomendado, la Policía de España supo de nuestra existencia y transmitió esa información al Gobierno del Reino Unido. Ahora sé que durante ese periodo de tiempo nos vigilaron y registraron todos nuestros movimientos, pero en ese momento no tuvimos consciencia de ello.
El 7 de marzo, cuando nos encontrábamos cerca de una gasolinera, ya en Gibraltar, varios hombres se apearon apresuradamente de un vehículo y abrieron fuego contra nosotros de manera indiscriminada y sin previo aviso. Los tres perdimos nuestra vida allí mismo como consecuencia de esa acción criminal perpetrada por militares, que tan concienzudamente había sido planificada y que contaba con el beneplácito del gobierno invasor, encabezado en aquellos momentos por Margaret Thatcher.
A partir de ese momento viví la parte más extraordinaria de mi existencia. Mi alma emigró y se transfiguró en  la persona que ahora soy: Sebastián Gómez Cabrero, a la sazón presidente de la República de un país que se encuentra en algún lugar de Latinoamérica, que muchos de los lectores seguramente conocerán. 
Nunca creí en dioses ni cielos. Mucho menos acepté que hechos como la reencarnación, tan de moda entre ciertas élites aburridas cuando fui asesinado, fuese una realidad. Pero aquí me encuentro, en el cuerpo de este político que tiene ante sí estos documentos que necesitan mi firma con urgencia.
No me parece oportuno narrar como transcurrió mi vida entre el momento que abandoné el cuerpo acribillado a balazos y  aquel en el que el futuro presidente de la República nació. Tampoco considero necesario describir los treinta y tantos años transcurridos entre el momento que lloré por primera vez y este preciso instante en el que he comenzado a garabatear mi firma sobre estos papeles. Lo fundamental, lo más interesante para el lector, lo constituye esa firma, casi ilegible, que acabo de estampar, autorizando una acción militar encaminada a acabar con unos terroristas indigenistas que controlan una amplia zona de mi país. Lo que más perturba de todo este asunto es saber que dichos terroristas cuentan con el apoyo de los habitantes de las pequeñas poblaciones que se encuentran en ese territorio. El propio pueblo ampara a esos traidores armados que en nombre de la palabra libertad cometen todo tipo de felonías.
He preferido no entrar en detalles, prefiero no saber, como se va a desarrollar la acción de las tropas. Lo único que deseo es pacificar esa zona al precio que sea, buscando con ello la libertad del pueblo al que represento. La soberanía de la nación es esa madre a la que todos adoramos y por la que estoy dispuesto a todo.
En el fondo el destino no ha sido cruel conmigo. Mis dos últimas vidas las he dedicado a luchar por la libertad de los pueblos a los que he representado.

2 comentarios:

Piedra dijo...

Los llamados tontos útiles, los que son capaces de dar su vida por las idas y los intereses DE OTRO, que nunca corre el menor riesgo, ni pierde nada.

El estado, de un color o de otro siempre oprimirá al pueblo y lo usará para que muera por él, en nombre de unos valores que no conoce, ni representa (el estado).

Cuando el pueblo se libre de líderes y dirigentes y sea capaz de actuar por propia iniciativa, en su propio nombre y para sus intereses, este será un mundo digno de ser vivido, pero aun faltan muchos siglos de evolución.

PACO dijo...

Hola Piedra.
Cualquier movimiento acabará viciado por unos líderes que, tarde o temprano, acabarán corrompiéndose.
Un saludo.