domingo, 2 de diciembre de 2012

MÁS DE LO MISMO

Volvía de su trabajo cuando faltaban escasos minutos para que aquel viejo reloj anunciase que el nuevo día llevaba consumida una hora. Giró su cabeza hacia el lugar donde se encontraban sentadas unos centenares de personas. En aquella plaza sin árboles, sin hierba, sin flores, el vaho que desprendía la gente que protestaba de aquella manera parecía , casi todas jóvenes, indicaba que la temperatura rozaba los cero grados. A pesar de ello, las conversaciones se entrecruzaban y las carcajadas no eran infrecuentes. 
A unas decenas de metros también se podían atisbar a otros seres humanos. Uniformados de pies a cabeza, en torno a una centena de policías antidisturbios observaban a los bultos sedentes, que hace unas horas formaban parte de una multitudinaria manifestación. Así llevaban varias horas, esperando que algo o alguien hiciesen lo necesario para cambiar la situación.
La escena, manifestantes y policía, le resultaba familiar, muy familiar. Incluso las dos cámaras de televisión que se encontraban en el lugar también le parecían cuestión archiconocida. Durante los últimos meses había convivido, casi se había zambullido, en escenas como la que sus ojos contemplaban en ese momento. 
De repente ocurrió. Su memoría empezó a trabajar a destajo arrojando en su cabeza imágenes y conversaciones ocurridas década atrás, cuando él, y la que posteriormente sería su ex mujer, estudiaban periodismo. Su recuerdo dibujaba de manera vívida como ellos, junto a otros compañeros de facultad, demandaban, a voz en grito, libertad. Exigían libertad por aquellas calles, igualmente gélidas, de principios de los setenta que no tardaban en llenarse de figuras vestidas de color gris que,  casi de manera atropellada, cargaban contra ellos, respondiendo a las peticiones de democracia con toda la violencia posible. Violencia permitida e incentivada por el moribundo aparato franquista, que tenía en aquellos jóvenes de familia bien a un enemigo incansable. 
Él tuvo la inmensa suerte de no haber pisado los calabozos de la infame Brigada Político-Social, que tenía su sede en aquella misma plaza en la que ahora se encontraba observando a aquellos jóvenes y a los inmutables policías que parecían haberse convertido en los últimos tiempos en parte consustancial de aquel lugar. Siempre salvo el pellejo, a pesar de que algunos de sus mejores amigos no tuvieron la misma suerte. Por suerte, o vete tú a saber por qué, a pesar de la tortura, su nombre nunca pareció salir de labios de ningún conocido. Y si lo hizo nadie de la Brigada pareció tenerlo en cuenta.
Fueron años de lucha, en los que se aspiraba a cambiar el país de arriba a abajo. La palabra libertad arropaba todo tipo de ideas, por muy dispares o disparatadas que éstas fuesen, uniendo a personas, y personajes, de todo tipo y condición. Desde antiguos falangistas, hasta troskistas, pasando por hijos de papá que, en el fondo, sólo querían tocar las narices a sus padres, gente del régimen, o por trabajadores de las grandes empresas recién implantadas en el país, que luchaban por mejorar sus condiciones de vida. Todo el mundo buscaba algo nuevo. Y él formó parte de aquel tinglado que tan lejos quedaba en el tiempo.
Andaba enredado en aquellos recuerdos cuando los uniformados empezaron a correr al unísono hacia las personas que permanecían sentadas  sobre las frías baldosas de aquella céntrica plaza. Sin mediar palabra, mediante patadas y el uso de las porras, hicieron levantarse a los que aún no se habían incorporado y habían emprendido la fuga a la carrera. 
La escena duró apenas unos segundos, los necesarios para que los centenares de manifestantes pusieran pies en polvorosa. Se escuchaban voces procedentes de una calle aledaña que tildaban a los policías de fascitas y perros de presa. Como si aquellas palabras hubiesen disparado un resorte invisible un buen número de agentes se dirigió a la carrera hacia el lugar donde parecían encontrarse los individuos que habían obsequidado con aquellas descalificaciones a los de azul.
Tuvo suficiente. No necesitaba ver más. 
Mañana, cuando participara en el programa en el que oficiaba de contertulio, podría presumir de narrar unos hechos que había observado en directo. Nadie podría rebatirle lo que allí contara: "Los policías aguantaron estoicos, durante horas, los insultos de los manifestantes, que también arrojaron piedras y otros objetos contra los agentes del orden, que no hicieron ningún conato de intervenir hasta que la situación se hizo insostenible. Los perroflautas allí congregados hicieron frente a los antidisturbios con todo tipo de armas, algunas de ellas diseñadas con antelación para hacer frente a la policía". 
Esta crónica valdría su peso en oro y le aseguraría un lugar estelar en el programa/debate de mañana. Debía felicitarse por trabajar en ese programa que se emite en prime time en una de las tres cadenas de televisión que cierta gente, de manera infundada, considera de extrema derecha. Por dos horas de permanencia en dicho programa obtenía un dinero mensual con el que jamás hubiese soñado cuando aún se encontraba en aquella facultad rebelde.
Pensando en aquellos tiempos y en los presentes tuvo la sensación de que para él nada había cambiado en exceso: ahora trabajaba ofreciendo una versión de los hechos que interesa al poder económico y antes obtenía un dinero que le permitía ir tirando ofreciendo información sobre sus compañeros a aquel policía de la Brigada Político-Social.

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