martes, 18 de diciembre de 2012

SOBRE LA REFORMA EDUCATIVA (II)

En la entrada anterior creo recordar que nos centramos en ciertos aspectos relacionados con el sector privado y la educación.  Siento seguir aburriendo al amable lector con el tema de lo público y lo privado, pero la inclusión de lo privado en el sistema educativo va a seguir ocupando parte de esta entrada. 
Vayamos al asunto.
Resulta bastante asombroso que la empresa privada sea la encargada de llevar a cabo las reválidas o evaluaciones externas del funcionamiento del sistema educativo en determinados niveles de las diferentes etapas educativas obligatorias. 
Para empezar resulta curioso que existiendo unos funcionarios dedicados a ello, los inspectores de Educación, dicha evaluación se externalice, con el consiguiente sobrecoste. ¿No parece más lógico que dicha evaluación se consensúe entre los diferentes órganos con competencias en el asunto y que, como mucho, con el asesoriamento de profesores y catedráticos universitarios se dé forma a una batería de pruebas que deberían llevar a la práctica los propios inspectores y los docentes. Además, perdón por el descreimiento, quién nos asegura que los propios evaluadores no van a verse salpicados por un conflicto de intereses. Posiblemente todos pertenecerán a empresas y grupos con una determinada visión de la educación y, por el camino que vamos, no resultará extraño que dichas empresas o grupos sean también dueños de centros educativos (lo normal es que aquellos grupos que ahora están "invirtiendo" en centros concertados o privados a medio plazo se embarquen en la ventajosa aventura de la evaluación externa). ¿Quién nos asegura la neutralidad de esos evaluadores?


Para continuar, resulta paradójico que de una evaluación tipo "aquí te pillo, aquí te mato" se puedan sacar conclusiones sobre el funcionamiento de un centro. Tal vez queramos copiar el modelo estadounidense, en él que todo gira en función de las pruebas de nivel y de sus resultados. La verdad que este sistema le va como anillo al dedo a la ideología de una persona como el ministro Wert, que desea gente sumisa, que trabaje sin cuestionarse nada  y que se crea todas las milongas que le cuenten los medios de comunicación, que no de manipulación. En resumidas cuentas, se trata de hacer trabajadores eficaces y obedientes, que desde pequeños se esfuercen para no sufrir los cortes generadores de exclusión del propio sistema.
Y siguiendo con lo privado, con el ámbito privado de la fe, el borrador, que en este aspecto será una realidad, impone, de nuevo, la religión en las aulas y una alternativa evaluable. Esta vieja petición de los obispos ha sido atendida a pies juntillas por el nefasto Wert. El mismo tipo que habla de adoctrinamiento en la asignatura de Educación para la ciudadanía no tiene pudor alguno a la hora de afianzar el adoctrinamiento religioso en las aulas. Una medida, que además de anacrónica, resulta tremendamente ineficaz y costosa. Se pierde tiempo de otras asignaturas para adoctrinar a los niños y adolescentes, ocupando en ese proceso dos docentes, el que imparte religión y aquél que imparte la alternativa. ¡Bien por el tipo que habla de gestión racional y de suprimir gastos superfluos! De nuevo se vuelve a destapar el reverso oscuro de esta gente que vocea a los cuatro vientos, con la estúpida intención de convencer a la gente, que no hay dinero para la educación, los recortes van a seguir el curso próximo, al menos en la comunidad donde yo trabajo, pero, callan o justifican,  sí que hay dinero para los colegas, los obispos y demás tropa.
Existen tres aspectos que creo necesario tratar, aunque posiblemente se quede en el tintero alguno más.
Por una parte merece la pena detenerse en la idea de funcionamiento de los centros que intenta aplicarse por parte de este Ministerio. La representación de los padres en los centros pasa a ser algo testimonial, pues el órgano de representación máximo de la comunidad educativa, el Consejo Escolar, pasa a ser algo testimonial. Fruto de esta visión peculiar es el proceso de elección de directores, que se escapa al control de la comunidad educativa, siendo la administración la que corte el bacalao en este aspecto. Esta medida conseguirá establecer una red de directores de centro afines a la ideología del partido político imperante.
 Debo reconocer que a mi no me desagrada la existencia de un cuerpo de directores profesionales, que debían ir rotando por los centros cada ocho o diez años a lo sumo, pero, que a diferencia de lo propuesto por la cuadrilla de Wert, esté fiscalizado por el Consejo Escolar, que podría incluso presentar una especie de moción de censura, que requeriría, por ejemplo, dos tercios o tres quintos de los votos de los representantes del Consejo, que conllevaría la "expulsión" de ese director del centro y la correspondiente investigación por parte de la administración. En definitiva: profesionalización de la función directiva, sí, pero con un férreo control de la comunidad educativa. A este respecto me gustaría reseñar que choca bastante que la vasca de Wert haya copiado parte del modelo educativo estadounidense, pero cuando se trata de democracia, o participación directa, se haya acogido a las raíces patrias, las del franquismo.


Por otra parte la elección de personal docente, por parte de los directores de centro, que no haya superado los procesos selectivos previos, además de vulnerar varias leyes, genera una red de clientelismo y la implantación del miedo entre los posibles aspirantes a ser elegidos, que deberán plegarse a las "necesidades detectadas" por los diferentes directores, que, en algún caso, esperemos que no, puedan detectar como necesidad ser cónyuge suyo, por ejemplo.
Los dos últimos puntos intentaré resumirlos en uno, porque ambos maman de la misma fuente: la competitividad.
Para comenzar vamos a volver la vista atrás. Cuando en 1990 se aprobó la denostada LOGSE, que tenía aspectos horribles, pero otros muchos buenísimos (como lo prueba el hecho de que muchos de los ingenieros, ATSs, médicos, arquitectos, etc. que ahora emigran para ofrecer una mano de obra especializada y de calidad han desarrollado un gran parte, o toda, su vida educativa bajo las disposiciones de la LOGSE. Haga el lector el cálculo si lo desea y comprobará que el dato es real). Uno de los aspectos reseñables, por ser muy positivo, era que fomentaba aspectos como la solidaridad, la cooperación, etc. Obviamente, ello sentaba como una patada en sus partes a personajillos de corte neoliberal/fascistoide, que sólo conocían la palabra competitividad, aunque ellos realmente sólo fueran los más competitivos lamiendo los culos adecuados. Pues hete aquí que el marido de Edurne Uriarte ha hecho feliz a estos neoliberales/fascistoides y ha plasmado por doquier dicha palabra en el borrador de la reforma educativa.
Competitividad entre alumnos, entre centros y casi casi entre padres y entre conserjes.



 Prueba de ello es que aquellos centros que tengan el reconocimiento por su labor podrán elegir a parte de su alumnado. Me explico. El borrador de la ley recoge que aquellos centros educativos que "destaquen" por el rendimiento de sus alumnos, por su formación docentes, por... dispondrán de más recursos. La idea es la especialización de los centros en aspectos tales como: ¿la formación docente? ¿La aportación de recursos digitales?.. Es decir, que hacer muchos cursos y tener un tipo mañoso en la plantilla, capaz de diseñar aplicaciones para Clic va a proporcionar facilidades a los centros. Curioso. Si yo fuera director con capacidad para elegir personal no lo dudaría, buscaría a un experto en estas lides, que del resto ya me encargaría yo.
Resulta triste que en vez de fomentar que el mayor número de profesionales de la educación tenga el mayor número de conocimientos posibles sobre todos los asuntos que conciernen a su trabajo, se busque la especialización de los centros. No se trata de buscar una educación lo más integral posible en todos los centros, se trata de tener centros que sacar en prensa para loar los éxitos de la reforma educativa. ¡Enhorabuena a los premiados!
Aunque posiblemente otros aspectos de esta Contrareforma hubiesen tenido cabida en esta entrada no quiero aburrir más al amable lector, dando vueltas a un texto en el que religión, formación de trabajadores y consumidores silentes y competitividad forman la base de un todo anacrónico y, en ciertos aspectos, carente de moral.
Un saludo.

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