domingo, 2 de septiembre de 2012

ENCUENTRO

Mientras observaba como mi hijo montaba en una atracción de feria mi pareja me agarró del brazo y señaló con la mano a una persona que, en un principio, no acerté a reconocer. Ante la insistencia de ella agudicé la vista, o tal vez la memoria, y reconocí a José Manuel, al que hacía más de una década que no veía. Reconozco que en un principio me sentí desconcertado, pareciera que el paso del tiempo hubiera creado un freno invisible que me impedía actuar, pero la situación duró décimas de segundo, un segundo a lo sumo. Un abrazo diluyó toda esas telarañas tejidas por el alejamiento. 
Una conversación de urgencia que, inevitablemente, giró en torno al tema de los críos, los presentes y los prontamente presentes y, como no podía ser de otra manera, y sobre los cambios físicos que hemos sufrido, con las ya abundantes canas que peinamos como protagonistas, constituyeron asunto fundamental en nuestra conversación de apenas cinco minutos. Cinco minutos que cabía la posibilidad que no se volvieran a repetir nunca más, pues ambos nos encontramos en un lugar distinto a nuestro lugar de residencia habitual. 
Concluida la conversación, tras los pertinentes recuerdos para los conocidos comunes, me sentía, y me siento cuando escribo estas líneas, turbado con aquel encuentro. 
Curiosamente conocí a José Manuel exactamente catorce años, fue un uno de septiembre, fecha del inicio del curso, antes de aquel encuentro. Ese día había comenzado una nueva vida. Un nuevo trabajo, dejé un trabajo indefinido, relacionado con la educación especial, para poder ejercer de maestro, para ejercer de lo que había estudiado, una nueva ciudad y la rotura de una relación sentimental de varios años, producida unas semanas antes, habían colocado el marcador de mi vida casi a cero. Y él, José Manuel, fue la persona que en esas primeras inciertas me ayudó a que la transición a lo que habría de venir no se convirtiera en un camino de espinas absoluto, arropándome en esos primeros momentos de desconcierto. 
¡Catorce años han transcurrido desde aquel primer encuentro!
Las personas que me conocen saben que la nostalgia no constituye parte de la impedimenta con la que cargo para afrontar mi vida; prefiero encarar el presente, y el futuro si es menester, sin perder tiempo en volver la cabeza hacia atrás. El pasado se vivió, con aciertos y errores, y resulta inamovible. No merece la pena considerar que hubiera pasado si... o que bellos fueron aquellos momentos dejados atrás. Cada momento conlleva alegrías y sufrimientos, ni mejores ni peores que los pretéritos, simplemente distintos. Sin embargo, aquel encuentro con aquella persona que me costó reconocer, cuyos cabellos habían mudado del rubio al blanco, me resultó especialmente conmovedor. Creo que, en el fondo, él mejor que nadie representaba la ruptura entre lo que una vez fui y lo que ahora soy. En estos catorce años he construido mi familia, una visión de la vida totalmente distinta a la que portaba cuando le conocí, una personalidad diferente... Pero sé que todo empezó aquel 1 de septiembre de 1998, del siglo pasado, y que él me ayudó a que ese cambio fuera menos traumático. 
Reconozco que más de doce horas después, mientras escribo esta entrada, este encuentro me ha tocado en algún rinconcito de mi interior, tal vez por ello a las nueve de la mañana de mi último día de vacaciones estival me encuentre ante el ordenador garrapateando estas líneas.
 Debo decir que aunque de vez en cuando rememoro esos años, que fueron de cambio, no lo hago con nostalgia. Más bien pienso que forman parte de un bagaje que me ha ayudado a ser lo quien soy hoy y, de vez en cuando, me concedo la licencia de extraer ese tiempo de mi memoria, de sacar a pasear caras y nombres que no han terminado de difuminarse en atardeceres o amaneceres que intuyo nunca se difuminarán mientras exista la posibilidad de que mi mente recuerde.
 Cosa curiosa resulta que José Manuel aparezca relativamente poco en esas postales del pasado. Tal vez todo se deba a que sea un desagradecido o a que durante ese tiempo viví experiencias intensas, algunas muy intensas y fundamentales para el futuro, como conocer y "convencer" a mi actual pareja de que yo constituía el "mejor partido" para ella (no voy a contar al amable lector el proceso que siguió nuestra relación hasta que se consolidó, queda dentro del ámbito privado de nuestra relación, pero le puedo asegurar que es digno de dedicarle una entrada). Sin embargo, ayer adquirí consciencia plena de que esa persona, casi un desconocido cuando le vi, conforma el nexo de unión entre un pasado que agonizaba y un presente que me alegro de vivir. 
Sé que con total probabilidad no leas esta entrada, pero si lo haces, o alguien que te conoce lo hace, me gustaría que supieras que ayer, después de verte tras mucho tiempo, me di cuenta de que has sido una persona bastante importante en mi vida, más de lo que estaba dispuesto a reconocer. ¡Gracias por todo! Y que sepas que aún no he olvidado aquella puesta de Sol en Peña Negra o aquel cocido en tu casa.


Un saludo.

2 comentarios:

sara.r.s dijo...

Fue un momento muy especial, a pesar de que al principio estábamos un poco "cortados". Había pasado mucho tiempo y eso se notaba. Enseguida comenzamos a hablar y a recordar cosas pasadas y presentes. Fue un momento muy especial

PACO dijo...

Hola, Sara.
Pues sí, fue algo especial... muy especial.
Un saludo.