domingo, 30 de septiembre de 2012

HISTORIAS BREVES OTOÑALES

ESPEJO

Varios días después LA volvió a encontrar en una de las calles céntricas que frecuentaba casi a diario. En aquella pequeña ciudad la casualidad no existía, por lo que toparse en la calle con una persona se reducía a una cuestión de estadística y paciencia. Cuando LA vio sintió como todo su cuerpo se estremecía envuelto en un silencio que sólo ÉL podía escuchar. Ese estado sabía por propia experiencia que duraría, a lo sumo, dos o tres horas, desvaneciéndose de manera progresiva hasta  casi llegar al olvido más absoluto. Olvido que saltaría destrozado en mil añicos la siguiente vez que atisbara su figura, que ÉL intuía inaccesible. Podía jurar que, casi con total probabilidad, ELLA no  sabía tan siquiera de su existencia.

Varios días después LE volvió a encontrar en una de las calles céntricas que frecuentaba casi a diario. En aquella ciudad la casualidad no existía, por lo que toparse en la calle con una persona se reducía a una cuestión de estadística y paciencia. Cuando LE vio sintió como todo su cuerpo se estremecía envuelto en un silencio sólo ELLA podía escuchar. Ese estado  sabía por propia experiencia que duraría, a lo sumo, dos o tres horas, desvaneciéndose de manera progresiva hasta casi llegar al olvido más absoluto. Olvido que saltaría destrozado en mil añicos la siguiente vez que atisbara su figura, que ELLA intuía inaccesible. Podía jurar que, casi con total probabilidad, ÉL no sabía ni tan siquiera de su existencia.

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Se le consideró un auténtico prodigio de la pintura desde muy joven. Sus primeras obras alcanzaron una cotización considerable ya en sus primeros años. El éxito le había acompañado durante toda su trayectoria profesional, lo que incluía estos últimos años de indecisión y falta de inspiración, que había intentando esconder bajo el ropaje de una experimentación conceptual que intentaba plasmar en sus últimos cuadros. En realidad sentía, desde hace casi una década, que no podía aportar nada al arte que había sido su vida y que le había permitido, y le permitía, disfrutar de ese magnífico tren de vida. Sin embargo, una idea le rondaba desde hacía tiempo y, al fin, se decidió a llevarla a la práctica. Situó frente él, firmemente aposentado en un caballete, un lienzo cuadrado de casi dos metros de lado, cogió con firmeza un largo y afilado cuchillo y de un tajo preciso cortó las venas de su muñeca izquierda. Con prontitud restregó la sangre que brotaba de sus venas sobre el aún níveo cuadro y con un pincel se dedicó a extender su vital pigmento. Cuando dio la última pincelada, unos minutos después, murió convencido de que había realizado la mejor obra de su vida. 

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No podía decir que viviera en la opulencia, pero mentiría si dijera que su vida, desde un punto de vista económico, podía definirse como mala, más bien todo lo contrario. Aunque no alardeaba de ello, jamás se avergonzó de la procedencia del dinero que le había permitido abrir dos tiendas de ropa exclusiva en el centro de la capital. Durante años, más de una década, su profesión fue la de actriz pornográfica. Jamás comprendió la falsedad de la gente a este respecto. Los mismos que seguramente la criticarían si conocieran sus comienzos profesionales, eran los que no dudaban en ver esas mismas películas y, en muchos casos, tampoco mostraban ninguna repulsión a la hora de visitar prostíbulos. Siempre le había parecido detestable ese puritanismo rastrero. Ella no tenía nada de que avergonzarse. Incluso, de vez en cuando, como en este momento, veía alguna película, a solas o con su pareja. No estaba demás recordar de donde venía una. Unos instantes después de recitar mentalmente este pensamiento, casi un un mantra, su cara adquirió un color cerúleo y la expresión de la misma parecía construida con una serie imposible de movimientos de su musculatura facial. Esa fue toda su respuesta cuando vio a aquella pareja desnuda en el televisor plano. Ahora sabía como se ganaba la vida su hija.

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Su foto, buscando comida en un contenedor, había dado la vuelta al mundo. Diferentes expertos debatían continuamente sobre el significado de esa instantánea, sin que él fuera consciente de ello. Lo único que recordaba de todo aquello era que dos tipos se habían acercado a él y le habían ofrecido 100 euros por ponerse esa camiseta de dos colores, abrir el contenedor y simular que buscaba algo mientras disparaban una moderna y cara cámara de fotos. Una semana después de aquello, se iba a gastar el último euro de los cien que le habían dado en un supermercado. Cuando consumiera el cartón de vino que iba a adquirir debería mendigar de nuevo para intentar paliar su necesidad compulsiva de beber alcohol.

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Sentía la necesidad de cazar. Si alguien le preguntara:  ¿qué es lo que más le gustaba de todo lo que hacía en su vida?, su respuesta no ofrecería dificultades para él: cazar. Por eso, aquella noche, cuando abordó a aquellas dos mujeres en aquella discoteca no dudó en poner en práctica sus artes. Una hora y media después, cuando una de las dos mujeres montaba en su recién adquirido coche con él, supo que había cobrado una pieza de caza mayor. Tal vez la mejor pieza de todas las conseguidas hasta el momento: había convencido a su ex mujer para que se acostara con él aquella noche, salvando el pequeño hándicap que significaba el hecho de no dirigirse mutuamente la palabra durante más de cinco años, cuando su mujer le pilló en la cama con otra.

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Había concluido su jornada laboral. El día podía considerarse como especialmente provechoso por la gran cantidad de clientes que habían visitado su consulta. Sabía que poco, o nada, había solucionado a sus pacientes. Un poco de esperanza, otro poco de miedo para aquellos que recelaban de él y de sus artes y, en general, vaguedades para salir al paso y cobrar la voluntad a todos aquellos. La mezcla de esperanza, miedo y ambigüedad constituía un cóctel perfecto para que su lucrativo negocio de vidente funcionara de manera óptima.
 Se cambió de indumentaria, debía acudir a la consulta del médico para que el galeno le comentara los resultados de un análisis de sangre que le habían realizado hacía un semana. Una vez en la consulta, tras leer lo que aquellas dos hojas contenían, el hombre de mediana edad vestido con bata blanca, situado frente a él, le anunció que tenía cáncer. El siguiente mensaje que le lanzó el doctor intentó tranquilizarle:  "muchos de los pacientes diagnosticados de cáncer se curan. Ya no es como antes". También le advirtió que el proceso era duro y, en ocasiones, doloroso. Por último. le habló, en caso de que los métodos tradicionales no tuvieran efecto, de nuevos tratamiento experimentales que podrían servir para solucionar su problema.
 Tras escuchar todo aquello de labios del médico, por un momento sintió que era él que estaba hablando. El galeno seguía su estrategia al pie de la letra: esperanza, miedo y vaguedades ante lo incontrolable, constituían los elementos centrales de su mensaje.

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