viernes, 8 de abril de 2011

¡QUEDATÉ CON TU PATRIA, TU PAÍS O TU NACIÓN! YO SÓLO QUIERO SER PERSONA

Merece la pena leer con calma estas tres definiciones, extraídas del Diccionario de la Real Academia Española, se supone que de la Lengua:
Patria: tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.
Nación:  conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
País: nación, región, provincia o territorio.
Estos tres términos, que en ocasiones usamos indistintamente, se refieren a tres aspectos bien distintos. 
La primera está marcada por la palabra afectivo. Ni más ni menos que una implicación voluntaria de la persona hacia esa tierra. La segunda tiene un componente geográfico y político. La última hace referencia a la segunda y se caracteriza por el componente territorial, al menos desde mi punto de vista.
En todo caso, en los tres conceptos parece no tener importancia alguna el concepto de ciudadano (podría ser más o menos discutible en el concepto de patria, pero creo que dicha definición se refiere más a un componente sentimental de pertenencia a un grupo, no se considera, en ningún caso, los derechos políticos de la persona, sirviendo tal definición por igual para una patria bajo la bota de un dictador o a una pseudodemocracia, como las que vivimos nosotros en nuestro país).
¿Por qué es importante que no aparezca la palabra ciudadano? Básicamente por una cuestión, se entiende por ciudadano a toda aquella persona con unos derechos inalienables y unos deberes hacia su país, patria o nación, hacia el resto de conciudadanos . Entre los derechos inalienables, encontramos los derechos políticos, por ejemplo participar activamente en la gestión de su país. Sin embargo, en ningún caso aparece dicha posibilidad en la definición de las tres palabras (posiblemente, si hubiera buscado en algún texto jurídico la definición hubiera sido más precisa, o no, pues China e Islandia son dos países, la patria de chinos e islandeses, respectivamente y el país en el que viven los unos y los otros, sin que sus sistemas políticos tengan nada que ver).
¡Pues vale!, dirá el lector. Éste se ha vuelto a fumar algo mientras escribía la entrada de hoy.
En primer lugar, puedo asegurar que el cigarro que me he fumado no estaba aliñado con ninguna sustancia que no fueran las cancerígenas que añaden las compañías tabaqueras.
En segundo lugar, ya en serio, a uno le preocupa sobremanera, el uso que de tales palabras se siguen haciendo por los unos y los otros, siempre en beneficio propio. Veamos a lo que me refiero.
El concepto de ciudadano aparece en el siglo XVIII. En 1776, en la Declaración de  Derechos de Virginia, aparece recogido que los hombres son libres y nacen con unos derechos inherentes de los que no pueden ser privados. En Francia se afina aún más y en 1789 se realiza la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. Ambas declaraciones fueron incorporadas a las respectivas Constituciones de los dos países, en 1791 a la de Estados Unidos y en 1793 a la de Francia. En ambos casos se habla del ciudadano como un sujeto activo en lo que respecta a la política de sus estados, desterrando la idea de que el poder político se pueda transmitir hereditariamente o se pueda privar de la participación política a una persona (dejemos a un lado el caso de las mujeres, que no ganaron su derecho a la participación política hasta mucho después, pues nos daría para otra entrada) por causa de pertenecer a una u otra clase social. Sobre estas dos declaraciones, es obvio, se sientan las bases de lo que serán las sociedades occidentales tal como las conocemos a día de hoy.
¿Y qué tiene que ver ésto con las definiciones del principio de la entrada? Desde mi punto de vista mucho.
Con la aparición del concepto de ciudadano se horada el concepto de gobierno de un rey y sus allegados en beneficio del propio rey, del país, la nación o la patria en cuestión, siendo los habitantes del país, nación o patria un mero instrumento para fines mayores, o menores, según se mire. Debo reconocer que ésto último ocurre en teoría, pues la realidad es bien distinta.
Sin embargo, los conceptos de patria, nación y país siguen siendo, incluso a día de hoy, utilizados con la misma finalidad que en siglos posteriores: obviar los derechos del ciudadano en pos de un bien común, generalmente un bien común a los intereses de los que ostentan el poder o intentan hacerlo.
No resulta difícil observar como la derecha más reaccionaria, y algunos partidos nacionalistas que se autodenominan de izquierdas, utilizan el concepto patria para justificar sus anhelos de poder y de imponer sus doctrinas al resto de ciudadanos. En este caso el uso de la palabra patria está más que justificado, pues en ambos casos apelan a algo sentimental, a un vago sentimiento identitario modelado a mayor gloria de su ideario. Este ideario está jalonado de grandes gestas, reales o no, obviando voluntariamente los reveses históricos (tal vez las únicas excepciones sean los castellanos-leoneses, donde existen movimientos minoritarios nacionalistas, y los catalanes, en ambos casos celebran derrotas. Los castellano-leoneses conmemoramos la derrota en Villalar de los Comuneros , que, entre otras cosas, demandaban que la lana que se exportaba a Flandes se quedara en Castilla para transformarlas en telas, querían montar una industria. Desgraciadamente ganaron los grandes nobles, que rápidamente se alinearon con el Austria, que apostaban por el latifundismo y los sistema medievales de producción. Los catalanes celebran, si mal no recuerdo, la caída de Barcelona en manos de las tropas del Borbón. En ambos casos se demandaba una concepción distinta del país y en los dos fracasaron. En el caso catalán, con el decreto de Nueva Planta, perdieron su autonomía administrativa y legislativa- curiosamente, gracias a su apoyo al Borbón, las provincias vascas y Navarra, conservaron sus fueros-). En definitiva, se trata de crear un cliché de destino común en lo universal, que anula al individuo como protagonista de la vida política. Todo gira en función de ese ideal tan etéreo como irreal. Por cierto, respecto a la historia común del concepto de patria, es evidente que todos tenemos un pasado común, pero nuestra historia no se puede comprender sin la de Portugal, la de Francia, la de Italia, la del Reino Unido, la de Bélgica, la de Holanda, la de Venezuela, la de Cuba, la de Filipinas, la de Marruecos... Es más, la historia de esos países no se puede comprender sin la nuestra, por motivos obvios, valga poner como ejemplo que Estados Unidos debe, en parte, su independencia a España (España, junto a Francia, ayudó notablemente a los insurrectos contra la  metrópoli). Por tanto, lo de la historia común es verdad, pero a medias. A este respecto me gustaría aclarar que jamás se debe renunciar a la historia de la comunidad, país o nación en el que se vive. Considero que es necesario conocerla y, sobre todo, no juzgarla con los parámetros del siglo XXI, sería absurdo. Todos los países han cimentado su existencia en base a guerras, conquistas... Lo interesante es conocer para desmontar mitos, intentar acercarnos a la verdad desnuda, olvidándonos del maniqueísmo, tan de moda últimamente. Un ejemplo lo tenemos en la conquista de  América por los españoles. Ésta no hubiera sido posible sin la colaboración de pueblos nativos, hartos de imperios tremendamente crueles como los aztecas. En este mismo sentido, resulta curioso observar la lucha de la Corona contra personajes como Pizarro, intentando limitar su poder, poder que debería residir, según el monarca de turno en su persona, no en Pizarro. Que se pueda pensar que se cometió un genocidio, las enfermedades diezmaron en mayor medida a los habitantes nativos que las guerras o las prácticas económicas, cada uno está en su derecho de hacerlo y, desde el punto de vista actual, sería razonable, pero, desgraciadamente, estas mismas prácticas se utilizan, de otra forma, a día de hoy, y durante el siglo XX, ayer mismo, se seguían utilizando de manera más cruel. El ejemplo del Congo Belga, propiedad del asesino Leopoldo II, puede ser el mejor ejemplo. Con ésto no intento justificar nada, pero como hemos visto anteriormente, el concepto de ciudadano aparece hace relativamente poco y el de igualdad de las personas, no pudiendo ser discriminados por su raza o procedencia, es aún más reciente (recordemos la lucha por los Derechos Civiles en EE.UU. o el apartheid en Sudáfrica), por tanto debemos situar cada acontecimiento en su momento histórico.
Voy a enrollarme un poco y contar una anécdota que ilustrará aún mejor lo que quiero exponer en el párrafo anterior. El señor Down fue el primero, bastante avanzado el siglo XIX, que describió el síndrome que lleva su nombre, síndrome de Down. A dichas personas, este mismo señor las denominó mongoles, basándose en un clasificación sobre razas que defendía la supremacía blanca. Es más en dicha clasificación que te clasificaran como mongol no era lo peor que podía ocurrir, había categorías peores. A pesar de todo, el señor Down, pertenecía a los científicos más avanzados en su forma de pensar, pues existía otra corriente que negaba que todos aquellos que no fueran blancos pudieran ser considerados como personas, hipótesis que convenía mucho a los imperios de la época.
El concepto de patria, tal vez sea el más casposo y el más peligroso de todos, pues implica algo afectivo, una visión romántica del asunto, que apela a los sentimientos, a lo irracional y, por tanto, a la discriminación de los que no comparten el ideario "correcto".
Sobre el concepto de nación y país, a simple vista más asépticos, menos viscerales (excepto cuando lo utiliza algún cantamañanas, nacionalista periférico). Sin embargo, los políticos actuales, ya sean de uno u otro signo, realmente ambos son del mismo: neoliberalismo, utilizan ambas palabras cuando han de tomar decisiones impopulares. Dichas medidas se toman por le bien del país o de la nación (seguro que al lector  le suena ese discurso, especialmente en los últimos tiempos). Es en ese momento cuando uno piensa: ¡joder, país y  nación son entidades abstractas, vosotros gobernáis por y para los ciudadanos, que son los que os hemos o han, sería más exacto, puesto ahí!
De nuevo se elimina el concepto persona, ciudadano, sustituyéndolo por uno abstracto con la única finalidad de hacer las cosas que el que gobierna considera necesarias, saltándose a la torera sus compromisos iniciales.  A lo mejor, sólo a lo mejor, una mayoría no queremos recortes sociales, subvencionar cajas de ahorros y a algún banco (detalle poco difundido), nacionalizar AENA... A lo mejor queremos hacer como los islandeses, romper con todo, juzgar a los culpables de todo el desaguisado (no caerá la breva de ver a Miguel Ángel Fernández Ordoñez en un juzgado, las declaraciones de hace dos días, escurriendo el bulto son de vergüenza ajena y deberían dar con sus huesos en la puta calle) y gestionar nuestros recursos sin pensar en el Mercado, otro eufemismo. Alguien dirá que estamos en la U.E. y eso es muy difícil de hacer. Yo le digo que si en un país de la U.E. ocurre eso, al menos los griegos, irlandeses y portugueses irían detrás.
Pero volvamos al tema. Parece que los políticos actuales tienen un problema: nos toman por tontos. Utilizan términos abstractos, para ocultar los desaguisados que cometen contra la mayoría de los ciudadanos.
Me gustaría concluir diciendo que soy español, nací en España y no tengo otra nacionalidad, no sintiéndome ni especialmente orgulloso, ni especialmente avergonzado de ello. No pienso matar por serlo o no serlo. Pero, eso sí, prefiero ser español a haitiano o etíope, básicamente por lo de la calidad de vida. Por lo demás prefiero relacionarme con la gente, aceptándola u obviándola, sirviéndome de un único indicador: conocer cómo es, sin importar su pasaporte o DNI.
Dejo un enlace que ahonda un poco en la engañifa que los políticos nos están intentando colar, en muchos casos utilizando las palabras patria, país o nación, y cual debería ser la respuesta que debería darse a estas prácticas miserables.

http://www.attac.es/crimenes-economicos-contra-la-humanidad/

Un saludo.

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