jueves, 24 de marzo de 2011

SOBREDIAGNÓSTICO Y SOBREMEDICACIÓN, ALTERNATIVAS (I)

El domingo, por enésima vez, abordé el tema de la sobremedicación infantil, denunciando tal hecho. Pudiera parecer que todo se queda en una llamada de atención, con un tinte paranoide, de una persona que vive instalada en la conspiración. Para desterrar tal idea, si alguien la tuviere, he creído necesario realizar estas entradas, que abordan el problema desde un punto de vista meramente educativo. Digo estas entradas, pues pienso desarrollar el tema en dos entradas sucesivas. En la primera abordaré temas como el diagnóstico, la importancia del ambiente y el concepto de normalidad. En la segunda intentaré explicar, lo mejor que pueda, cómo aprendemos y la influencia de ello en la persistencia en ciertas conductas. Concluiré con alguna idea sobre la forma de abordar dichas situaciones.
En primer lugar, para hablar todos el mismo idioma, a uno le parece conveniente delimitar las conductas patológicas de aquellas meramente disruptivas, que, en muchos casos, van ligadas a aprendizajes sociales o, aún más normal, al desarrollo evolutivo del niño. Es evidente, sería una zafiedad negarlo, que existen niños con ciertas patologías de carácter psiquiátrico o como se le quiera llamar, pero, desgraciadamente, la generalización del uso de etiquetas al mundo infantil, está consiguiendo que esos niños, con una problemática real, y aquellos otros sin patología alguna, pero con conductas que se salen de la norma (trataremos más adelante el tema de la normalidad, crucial en el asunto que nos traemos entre manos) sean tratados de la misma forma, viéndose afectados negativamente los unos y los otros. No se aborda de igual manera la rotura de un hueso que un ligero esguince.
¿Cómo distinguir a los unos de los otros? Tal vez la solución esté en la definición de 2002 de Retraso Mental, en la que se habla de comprobar que todos los ámbitos de relación (escuela, familia, ...) se ven afectados por dichas conductas. Alguien podrá alegar que los items para diagnosticar, por ejemplo, el TDAH recogen ese aspecto. Sí y no. Como dije en la entrada dominical,  jamás se valoran los puntos fuertes del niño. Es decir, se evalúa lo que no es capaz de hacer, pero jamás he visto en un cuestionario de esa patología, valorar si el pequeño es capaz de permanecer media hora o una hora jugando con el ordenador, la PSP o frente a la televisión, viendo una película o una serie que le resulte atractivas (cosa que, sorprendentemente, realizan algunos niños diagnosticados con TDAH). ¿Qué demuestra tal cosa? Simplemente, que cuando el niño tiene interés por algo esas conductas disruptivas no aparecen, al menos en los que no son personas con TDAH. Tal vez, sería aconsejable que, a la hora de diagnosticar, se tuvieran en cuenta estas discrepancias tan asombrosas.
Una vez abordado, someramente, el tema del diagnóstico, volveremos sobre él dentro de un rato, quiero centrarme en diferenciar entre patología y conducta problemática.
Para empezar me gustaría aclarar que no toda conducta disruptiva, aunque ésta sea frecuente, implica una patología. A nadie se le ocurre pensar que un carterista, un traficante de drogas o un atracador de bancos tenga, por definición, una patología. Es más, si preguntáramos sobre la violencia que se vive en Méjico, originada por diferentes bandas que desean controlar el tráfico de droga, a muy pocos se les ocurriría pensar que los asesinos de las diferentes bandas son enfermos mentales, como mucho alguno lo puede ser y por eso se ha metido en esos fregados. Lo más probable es que la mayoría de los lectores aleguen como justificación a las acciones de estos asesinos  que han crecido en un ambiente que ha propiciado dichas conductas. antisociales y bárbaras Tal vez, incluso alguno pueda alegar que la verdaderamente enferma sea la sociedad (bonito eufemismo), justificando las conductas del individuo en función del sistema en el que vive. Vamos, que existe un fuerte componente ambiental que favorece las conductas asesinas de estos tipos. Es más, una buena parte de esas personas, que han hecho del crimen su modo de vida, muestran sentimientos positivos hacia sus familiares y/o hacia sus compañeros de fechorías. Posiblemente este último dato, esta discrepancia, sea lo que nos hace considerar a estas personas como rematadamente mala, pero nunca como enfermo. Las malas influencias, la situación social, el ambiente que les rodea les ha llevado a actuar de aquella manera.
Parece claro que la influencia del entorno social es fundamental en la formación de la persona, de todas las personas, incluido el lector, incluido yo. Baste para ello pensar como hubiera sido nuestra vida si hubiéramos quedado huérfanos a los pocos meses de vida, habiendo vivido nuestros primeros años de vida en un centro de menores y luego, en el mejor de los casos, siendo adoptado por una familia que, con total probabilidad, hubiera sido muy distinta a la nuestra.
Tras lo expuesto en los párrafos anteriores no puede quedar más claro que el ambiente juega un papel fundamental en lo que somos. Tras esta aseveración surge, inevitablemente, una pregunta: ¿se debe tratar igual a un niño que ha adquirido malos hábitos (vamos a llamarlo así), que a uno que los traía de serie, genéticamente? Mi opinión es clara: no. De hecho, uno piensa, tal vez equivocadamente, que es la única rama de la medicina donde ésto ocurre.
Obviamente, en muchos casos la complejidad de distinguir entre ambiental y genético, más si no se ha hecho un estudio del entorno o si este estudio lo fía todo a la genética, es mucha, siendo a veces imposible, pero en estos casos creo que ayudaría bastante, diría más, sería una herramienta imprescindible, el estudio de discrepancias, mencionado anteriormente.
Una de las cosas que más gracia me hace de todo el asunto es que uno de los  manuales de diagnóstico  (él más usado en educación),  que responde al nombre DSM IV-TR, deja a las claras que la definición de trastorno carece de unos límites que aclaren totalmente el concepto y que, por si esto fuera poco, "existen pruebas de que los síntomas y el curso de un gran número de trastornos están influidos por factores étnicos y culturales." En otra palabras, se diagnostican cosas, que en algunos casos, no se saben lo que es y que varían en función del ambiente en el que desarrollan su vida las personas. Me parece bien que los autores del manual, que en un par de años será sustituido por el DSM V, pero ¿todos los que utilizan este manual tienen en cuenta lo expuesto anteriormente? Ahi dejo la pregunta.
Para continuar me gustaría volver al tema de las bandas de narcotraficantes mejicanas, ya que creo ilustrará  perfectamente lo que explicaré a continuación.
Si analizamos la actuación de las personas involucradas en la espiral de violencia mejicana, llegaremos a una conclusión: su comportamiento se sale de la normalidad. Sin embargo, para ellos se trata de lo más normal del mundo. El lector podrá alegar que esa forma de entender la vida es enfermiza, patológica o como desee llamarla, pero, curiosamente, no sólo los narcos mejicanos mantienen, o han mantenido, ese tipo de conductas vitales. Narcos colombianos, pandilleros estadounidenses, las maras centroamericanas, los nazis, Stalin y colaboradores, Mao y colaboradores, los Jemeres Rojos, Pinochet y seguidores, los militares argentinos, Franco y sus acólitos, etc. han demostrado que esa conducta anómala se repite una y otra vez en diferentes lugares y en diferentes momentos de la historia. ¿Esto implica que hagan lo correcto? Rotundamente, no. Sin embargo, estos detestables actos se repiten una y otra vez, resultando normales para las personas que lo realizan. Entonces surge la gran pregunta. ¿qué es la normalidad? Reconozco que con exactitud no lo sé, tal vez porque este concepto depende de la persona que lo define, lo que genera un abanico amplísimo de posibilidades conceptuales.
Tal vez, lo más fácil sea definir la normalidad por exclusión. Por ejemplo, no es normal matar a otra persona (éticamente tampoco es aceptable), no es normal suicidarse, no es normal... (seguro que el lector podrá añadir otros cuanto items). Posiblemente, coincidiríamos en ciertos aspectos que se salen de la normalidad, en aquellos más evidentes, pero a medida que intentamos afinar, definir comportamientos anómalos menos contundentes o lesivos para las personas , las discrepancias aumentarán de manera significativa. Por ejemplo, para mis padres, mi hijo es movido, nada del otro mundo, por la sencilla razón de que yo le debía superar con creces en ese aspecto, sin embargo, para alguna persona su comportamiento linda con la hiperactividad. ¿Dónde está el límite? Como ya he dicho no lo sé a ciencia cierta. Sin embargo, se podían establecer algunos puntos de inflexión que podrían ayudar a tener un criterio objetivo sobre este asunto.
Los comportamientos son típicos de su edad. No se puede etiquetar a un niño de tres o cuatro años por ser movido, forma parte del desarrollo humano.
Otro punto importante para determinar la anormalidad de ciertas conductas, al menos desde mi punto de vista, se basaría en enseñarle alternativas socialmente aceptables a esos comportamientos. Si la persona, niño, es capaz de variar la emisión de conductas anómalas, mediante el aprendizaje de alternativas a ellas, es evidente que no se trata de conductas anómalas "inherentes" al individuo, más bien se trata de aprendizajes, generalmente sociales, incorrectos.
Tampoco debemos descartar averiguar que es lo que consigue con los comportamientos disruptivos. En muchas ocasiones este tipo de conductas lo que persiguen realmente es llamar la atención o conseguir algún premio o ventaja. Aún recuerdo como me contaba un alumno que se había tirado al suelo en un supermercado para que le compraran un juguete. Lo consiguió, con lo que, evidentemente, seguiría limpiando el suelo de las tiendas para conseguir lo que deseaba. Por cierto, este alumno estaba diagnosticado como TDAH, sin embargo era capaz de planificar una acción, desarrollarla y abandonarla cuando alcanzaba su propósito (parece que la impulsividad aparece y desaparece a voluntad). Posiblemente, este alumno ahora esté diagnosticado con un trastorno opositivo-desafiante, es parte del "proceso".
Es más que probable que estas pistas, y algunas otras más que surgen tras aplicar la lógica, sirvan para discernir lo anómalo de lo meramente funcional, (aunque estos comportamientos anómalos, con un mero fin funcional, pudieran parecer síntomas claros de un síndrome x a ciertas personas). En el fondo todo se resume en una frase: "mirar dentro de la persona", para lo que, en ciertos casos, hace falta darse cuenta de que frente a nosotros tenemos un ser humano, con una personalidad compleja y con una serie de necesidades que no  siempre están cubiertas, aunque a veces demos por supuesto que sí lo están y analicemos, exclusivamente, ciertas manifestaciones externas de la persona, juzgando a toda ella, por una parte, la más negativa en este caso, condicionando de manera determinante el conocimiento real de esa persona (efecto halo).
Por hoy creo que es suficiente. Mañana seguiré  con la segunda parte de este tema, o eso espero.
Un saludo.

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