sábado, 12 de marzo de 2011

VERDUGO: EL EJECUTOR DESPRECIADO

Uno considera que la pena de muerte no se refiere exclusivamente a aquel acto amparado, en mayor o menor medida, por el sistema judicial de un país. Mis cortas entendederas consideran que dentro de la pena de muerte entran situaciones como la de condenar a millones de personas al hambre, a la falta de agua o de medicinas, generalmente muy baratas, carencias que conllevan la muerte en muchos casos. También considero que se pueden incluir aspectos como la leva  para participar en una guerra, que, finalmente, sólo sirve para satisfacer las necesidades bélicas o de cualquier otro tipo de una minoría. Leva que en muchos casos acaba con la muerte de la persona reclutada, que es considerada como un peón más en una estrategia global en la que los seres humanos no son tales, simplemente son carnaza para conseguir los objetivos de militares y políticos (tal vez la película que mejor refleje esta situación sea "Senderos de Gloria", de mi admirado Kubrick). Como consecuencia de estas situaciones también son condenadas a muerte un montón de personas, civiles, a las que ni les va ni les viene, en su gran mayoría, las causas de las contiendas. 
Posiblemente podría seguir escribiendo largo rato sobre situaciones que, igualmente, incluiría en el concepto pena de muerte, pero me voy a quedar con el concepto de pena de muerte tradicional, él que primero definí, para desarrollar la entrada de hoy.
Vaya por delante que mi postura ante tal barbaridad no puede ser más contraria, nadie ni nada puede acabar con la vida de una persona, por muchos actos vandálicos que ésta haya cometido. Pero siento la necesidad de reflexionar sobre algún aspecto de esta ley del Talión, vigente en la mayoría del planeta.
Desde hace bastante tiempo lo que más me llama la atención de este deleznable e infame hecho es el verdugo, tal vez sea debido a la genial película de Berlanga, con un no menos genial Pepe Isbert (para cuándo un homenaje a tan excelso actor), de nombre "El verdugo", que humaniza al ejecutor último de un sistema demente y cruel. 
El verdugo no es más que el rostro visible, tal vez el peldaño más vulnerable, de sistemas criminales perfectamente instituidos, en los que políticos, jueces, militares y policías son intocables o menos accesibles a la ira del ciudadano. Sin embargo, el ejecutor es fácilmente identificable, es uno sólo y, generalmente, procede de una extracción social baja, al menos eso pasaba en la España franquista, lo que le confiere una mayor vulnerabilidad y, por qué no decirlo el repudio de parte de los ciudadanos, incluso de aquellos que son favorables a la pena de muerte.
Resulta extremadamente sorprendente este rechazo a individuos que son los peones últimos de un sistema judicial asesino, amparado en muchas ocasiones por la mayoría de los habitantes de un país. Tal vez me equivoqué con el adjetivo, sorprendente es inexacto. Lo correcto hubiera sido escribir hipócrita. Esas mismas personas que desean el ojo por ojo, no muestran ningún pudor en señalar con el dedo a la persona que satisface en último término sus expectativas justicieras, asesinas quedaría mejor. "La gente de bien", desea el bien, al menos el suyo (que suele consistir en conservar su estatus privilegiado), pero parece no querer reconocer que necesita gente que haga el trabajo sucio, para que el "bien" siga instalado en su idílico mundo. Ejecutar a los malos, sí, pero mancharnos la mano de sangre, no; eso que lo hagan otros, a ser posible de una clase más baja, qué son muy brutos y sin sentimientos, con los que no tengamos que relacionarnos en nuestra vida cotidiana. Estas tres líneas serían un buen resumen, inventado, por supuesto, de la forma de pensar de muchas personas partidarias de la pena de muerte.
Resulta igualmente curioso, contemplar como no está igualmente considerado asesinar en nombre de la justicia girando el torniquete del garrote vil, empujando una palanca que active el mecanismo de la horca que apretando un botón o palanca para activar una silla eléctrica o siendo parte de un pelotón de fusilamiento.
En los dos primeros casos, tal vez por la proximidad o por lo "arcaico" del sistema, parece que el verdugo es más verdugo, que es más causante de la muerte. Sin embargo, él que aprieta un botón o una palanca en una habitación contigua a aquella en la que va a morir el reo, que encima suele ir vestido de uniforme, no es tan culpable a los ojos de la mayoría de la gente. No digamos nada del verdugo que participa en una ejecución por fusilamiento, ése ya es la repera de bueno, curiosamente, también suele ir vestido de uniforme, pues nunca se sabrá si él ha sido el asesino último del condenado; nunca se conocerá de que fusil procedía la bala que mató al reo.
Diferencia real entre unos y otros: ninguna, sin embargo, parece existir una escala de malos malísimos en función de como se ejecute la pena y, evidentemente, de la extracción social del verdugo, que junto con el desamparo que el ejecutor tiene del sistema, hace que el imaginario colectivo considere a unos como personas siniestras y a otros como elementos necesarios de la justicia, cuando, en realidad, su función es la misma y la consecuencia de sus actos es la muerte.
Desde este blog no intento reivindicar la figura del verdugo, ni mucho menos, simplemente intento hacer una reflexión sobre este personaje, que hasta hace treinta y tres años ha sido un miembro más de nuestra sociedad, nos guste más o menos.
Como dije al principio, el asunto tratado hoy me lo he planteado bastantes veces, pero fue un artículo publicado en un periódico local, lo que me motivó a escribir esta entrada. Dicho artículo lo conocí gracias a mi pareja, que me habló de su existencia (¡gracias, por preocuparte por mi en tantos aspectos!). Sinceramente, aconsejo su lectura. Si os animáis el enlace es:


Un saludo.

2 comentarios:

sara.r.s dijo...

La verdad es que cuando leí el artículo al que enlazas en tu entrada me dejó un regusto acre a hipocresía y a cobardía. Un estado NO puede convertirse en asesino, además de una manera premeditada, calculada, estudiada, y en muchísimas ocasiones INJUSTA.
También debo admitir que el sentimiento de venganza que invade a las personas cuyos seres queridos han sido asesinados, yo LE COMPRENDO, pero en ningún caso estoy de acuerdo con la pena de muerte.
Aprovecho para decir que me he quedado sorprendida con actitudes como las de Pilar Manjón, buscando JUSTICIA, no venganza. Es admirable y se necesita un civismo fuera de lo normal. A pesar del dolor por la terrible pérdida sufrida (yo no sé qué haría, ni qué sería de mí si pasara por lo mismo, continúa luchando por la memoria de las víctimas y por la investigación de lo ocurrido para que los culpables continúen pagando.

McVilla dijo...

Buen artículo el que has escrito, como siempre, haces pensar.
De todas maneras la frialdad y malos instintos, creo que abundan más en las clases altas que en las bajas. Las bajas acostumbran a obedecer a necesidades perentorias, en las altas, además de tirar la piedra y esconder la mano, están metidas en las leyes y en todos aquellos estamentos que de una manera u otra puedan favorecer sus intereses, moviéndolos como marionetas y en detrimento de la sociedad .
El otro día publiqué un video en mi blog que tendría que verlo todo el mundo,.. sinceramente a veces pienso que tenemos lo que merecemos, por falta de valor .
El video en cuestión lo puedes encontrar en Youtube - Cidinha Campos - Brasil.