viernes, 18 de febrero de 2011

A PESAR DE TODO, NO SOY PAULO COELHO

Necesito un cambio de tercio y un respiro, por lo que la entrada de hoy, y una de las del fin de semana, no van a ir destinadas a sesudas reflexiones, si es que en algún momento he sido capaz de ello, ni a nada que se le parezca. De hecho, mañana o pasado intentaré plasmar lo que supone mantener un blog diario, o casi, para mi, para una persona que no vive de ello. El lector asiduo, intuyo, tendrá la posiblidad de conocerme más de cerca y, si fuera posible, entender el porqué de ciertas cosas que leen en este blog.
Hoy, sin embargo, el tema es otro bien distinto. Tras un período relativamente largo de crítica, reflexiones sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, al menos desde mi punto de vista, siento la necesidad de escribir sobre el cielo y sobre un café cualquiera.
¿Por qué sobre el cielo y sobre un café? Para recordar que existen cosas que siempre están ahí y no las apreciamos en su justa medida o para apelar a la importancia de aquellas pequeñas cosas (un café) que nos acompañan en nuestra vida y a las que tampoco prestamos atención o, tal vez sea más correcto, no las apreciamos como debiéramos.
Como el lector sabrá vivo en un pueblo de unos 5.000 habitantes y tengo la suerte todas las noches de poderme fijar en el cielo. Digo tengo la suerte, porque cuando salgo a fumar el último del día al balcón de mi casa, el firmamento me aborda y no tengo otro remedio que dedicar un tiempo a su contemplación. Soy consciente de que ésto es un lujo. Soy de ciudad y viajo frecuentemente a ciudades, sin embargo, cuando estoy en ellas el corazón de hormigón, propio de las diferentes urbes, borra ese impulso de acercarme a través de mis ojos al infinito que se abre ante mi mirada. Aunque no lo eche de menos en ese momento, sí que me apetece volver a saludar a mi trozo de cielo cuando llego a mi casa. Es entonces cuando me doy cuenta que, a veces, me olvido de que existen otras cosas, generalmente gratuitas, que nos proporcionan una sensación de sosiego y de distancia con un mundo agresivo y, a veces, incompresible. 
Tal vez, sólo tal vez, la contemplación durante unos segundos o unos minutos de las nubes, de la Luna o sentir el aire en el rostro, no como un fastidio si no como un elemento natural que nos acompaña sin otra pretensión, nos haría descender a otro estadío; el estadío del ser humano como ente que forma parte de la Naturaleza, el ser humano despreocupado, aunque sólo sea momentáneamente, del tiempo objetivo, de las preocupaciones cotidianas. A mi, de vez en cuando, me sirve para desconectar y sentirme más a gusto, aunque no sepa explicar el porqué.
Lo del café es más de lo mismo. Para mi un café puede suponer uno de esos momentos de recogimiento, de disfrute en el paladar y de tranquilidad atemporal. Ese pequeño reciente con líquido casi negruzco, me gusta solo, que desprende calor, me puede transportar a un momento de paz. No hay otra explicación que no sea la construcción por mi parte de ese rito, de esa necesidad de detener el tiempo en torno a esa taza humeante.
Este momento, muy apreciado por mi, no es distinto de otros no clasificados o creados por mi apriorísticamente. La sonrisa de mi hijo, la confesión complice de mi pareja, la visión de una foto que trae recuerdos compartidos, el último chiste... En definitiva ,todas aquellas pequeñas cosas generadas por uno o por una convivencia compartida son las que hoy quiero valorar como una parte fundamental en nuestras vidas y que, a veces, orillamos en pos de unos intereses, "más altos", que nos birlan el tiempo de manera miserable.
Me gustaría concluir invitando al lector a que hoy, cuando lo crea conveniente, mire al cielo y se acuerde de lo que tenemos a nuestro alcance con sólo alzar la vista, con sólo pararse a disfurtarlo.
Un saludo.

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