miércoles, 12 de enero de 2011

EL CIELO ENTRE LOS DEDOS

Este domingo leí, de manera accidental, una entrevista realizada a Eduardo Punset en un periódico nacional. 
Uno siente cierta admiración por el personaje en cuestión. Economista, político y, por fin, divulgador científico. Es en el desempeño de esta labor donde uno ha cogido cierto cariño al personaje. Donde ha encontrado una afinidad con él. Dicha afinidad no es, ni más ni menos, que la curiosidad que ambos sentimos por conocer un poco más el mundo, sería más acertado decir el Universo, en el cual nos desenvolvemos y vivimos. Digo bien, el mundo o el Universo (obviamente, cuando me refiero al  mundo o Universo deseo referirme  a todo aquello observable por diferentes métodos, incluyendo desde las partículas más ínfimas al Universo como tal) como entes físicos regidos por unas leyes naturales, aún no conocidas todas ellas por el ser humano, ni mucho menos, que explican todos los fenómenos que ocurren en los diferentes entornos estudidados.
De la entrevista, amena y en ciertos momentos caótica (en algunos momentos uno tiene la impresión de que el periodista pregunta y Punset contesta lo que le da la gana) no pude evitar quedarme con una sentencia demoledora y cierta hasta la médula. Soy incapaz de reproducirla literalmente, pero, aproximadamente, rezaba lo que sigue: la diferencia entre la ciencia y la superstición (entendiendo por tal las diferentes religiones) es que la primera se preocupa por que existe la vida antes de la muerte, mientras que la segunda se preocupa por la existencia de la vida despues de la muerte.
Esta afirmación, certera a más no poder, resume en muy pocas palabras el papel de las religiones y el de la ciencia. Las religiones rellenan el hueco existencial que en el siglo XXI deja la ciencia (es evidente que la creencia o no en una determinada religión es, teóricamente, una decisión personal, siendo por tanto la persona la que decide optar por una explicación supersticiosa de aquellos aspectos en los que la religión tiene algo que decir). No sólo eso, la persona creyente elige aquellos aspectos de la religión que desea seguir (no todos los católicos que conozco muestran un igual seguimiento de los dictados del Papa and company, criticando, en algunos casos, duramente los dictados del anciano alemán por considerarlos majaderías y, por tanto, pasando de esos preceptos religiosos). Repito que todo ésto es en teoría, pues existen presiones sociales y de otros tipos para que la gente se "afilie" a las diversas religiones.
Por tanto, guste o no a los jerarcas de las superstición, la ciencia es incompatible con lo que ellos defienden.
Es más, imaginemos por un momento que existiera algo después de la muerte, si eso fuera así y la ciencia lo demostrara sería, casi con total seguridad, un hándicap para las religiones, pues no sería necesaria su mediación para explicar este hecho. En otras palabra perderían el monopolio de los espiritual.
Pero, a pesar de haberme enrollado en exceso, no era esto lo que quería resaltar de lo dicho por Punset. Lo más importante que extraigo de esa idea lanzada durante la entrevista es la importancia de la vida. El hecho de que la vida, sea eterna o no, es importantísima, lo más importante que tenemos. La búsqueda de seres mitológicos que nos cobijen tras la muerte no es más que una forma de dejar pasar nuestra vida en pos de un ideal, lícito, por supuesto, pero se trata de eso: un ideal, algo intangible.
Tal vez sea un pesado, pero si tengo que identificar algo con un dios, si algo en mi vida encarna la deidad es la sonrisa de mi hijo. Curiosamente, yo he encontrado a mi dios en la Tierra, no he tenido que esperar a morirme y mi dios sólo hace una cosa: hacerme feliz en vida a través de una sonrisa.
Tal vez, en el fondo, a eso se refería Punset, vivir es una ciencia, la ciencia de darse cuenta de que podemos ser felices sobre este planeta azul, aprovechándonos de una sonrisa, una conversación, una puesta de Sol, un libro o practicando sexo.
Un saludo.


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