lunes, 31 de enero de 2011

LA FUERZA DE LA COSTUMBRE



Y allí estaba, una vez más sobre su cama, dibujando un escorzo que parecía esperar ser retratado mediante una combinación de millones de puntos digitalizados.  Parecía desear ser retratado por un desconocido que atestiguara  que la postura era real, que no era otra ni podría ser otra.
Allí estaba, una vez más sobre su lecho, espectador de furiosas embestidas de cuerpos desnudos que buscaban saciar su ansia de deseo compartido o de soledad igualmente compartida. Se encontraba sobre su lecho de los últimos años, donde soñó, amó, temió, odió y desesperó.
Debió ser durante la última época de soledad compartida donde aquella canción resucitó del olvido.  Siempre le había parecido un tema que definía la esencia humana como ningún otro conjunto de palabras que hubiera escuchado o leído. Incluso, aunque no se atrevía a decírselo a sí mismo, la música de la misma era un mero accesorio, una envoltura necesariamente prescindible para tan demoledor discurso.
Desde la última vez que había tarareado dicha canción, una vez más en silencio, pareciera que deseaba convencerse a sí mismo sobre la necesidad de lo inevitable, no habían transcurrido más de dos horas. Dos horas que dibujaban un nuevo mundo, un nuevo estado, al que había llegado en soledad, su íntima compañera de los últimos tiempos. En la soledad que proporciona ser espectador de un mundo creado en el artificio de lo estético, en la farsa de la palabra vacua y estéril. Sentía, desde su atalaya que no le defendía de nada, que el castillo construido a base de expectativas y deseos para morar en esta vida no era más que arena, arena al albur de mareas que no comprendía ni deseaba.
Hace apenas dos horas volvió a tararear por última vez la letra:  

Si por costumbre amé,
por costumbre olvidé;
el amor y el olvido carecen de sentido.

(...)
Sin norte ni mitos que seguir
al capricho del azar crecí
como las hojas secas que el viento esparce por ahí.
Si por costumbre amé,
por costumbre olvidé.


Él solía añadir a estas palabras, no entendía muy bien porqué, una última estrofa:

Por costumbre viviré,
por costumbre moriré.


 Ahora, tendido en su cama sobre una gran mancha roja generada por el líquido, ni excesivamente fluido ni excesivamente viscoso, simplemente vital, que hasta hace no mucho manaba de sus muñecas, no volverá a recordar que todo en la vida es costumbre, aunque esta vez tendrá una certeza que siempre será verdad: la única costumbre que le espera desde hoy  y para toda la eternidad es no estar vivo.

No hay comentarios: