jueves, 27 de enero de 2011

LIBERTAD (II)

Creo recordar que ayer lo dejé justo cuando expliqué lo que para mi significa la libertad y lo que supone.
 Tal vez el lector pueda pensar, seguramente con razón, que nada nuevo bajo el Sol le aprotará lo leído ayer en esta página. No era mi deseo transmitir grandes conocimientos, desconocidos por la Humanidad hasta el momento, a la filosofía, la sociología, la psicología o a la mecánica cuántica. Intuyo que mi limitación intelectual es harto conocida por el lector, tampoco se trata de nada nuevo bajo el Sol. Soy consciente de que jamás pasaré a los libros como el descubridor de algo interesante para la Humanidad. Mi intención, mucho más honesta, no trasciende más allá de ordenar unas ideas inconexas, que permitan germinar una comprensión real, tal vez no definitiva, de una de las características más propiamente humanas entre todas aquellas cuestiones que nos definen como  homo sapiens, animal diferente y característico, ni mejor ni peor que cualquier otro de cualquier especie que habita o haya habitado sobre este planeta.
 Antes de comenzar me gustaría aclarar un aspecto expuesto ayer que pudiera parecer contradictorio, pero no lo es. La capacidad de imaginar, diseñar y poner en práctica opciones para responder ante un asunto determinado no significa que seamos capaces de imaginar y diseñar un número infinito de opciones antes de tomar una decisión. Simplemente somos capaces de ampliar el abanico de opciones, pero este abanico siempre tendrá un número de varillas limitado.
Ha llegado el momento de meternos en harina y seguir con la disertación sobre el tema elegido durante estos dos días para solaz de ese humilde bloguero, la libertad.
La toma de decisiones, como pudimos comprobar, es la base de la libertad, pero ¿qué ocurre si alguien no desea tomar decisiones? La respuesta es obvia: ha tomado la decisión de no tomar decisiones, alguien o las circunstancias decidirán por él, pero, repito, anteriormente ha ejercido su libertad para no decidir. Obviamente se podrá pensar que una persona ante tal circunstancia demuestra su cobardía o capacidad acomodaticia. Tal vez en muchas ocasiones sea así, pero debemos considerar que a veces tomar decisiones es asunto harto complejo y que no siempre estamos preparados para asumir tal complejidad. Generalizar suele acarrear una serie de errores, pues siempre se podrán encontrar excepciones y corremos el riesgo de caer en lo que ayer denominé tontocojonismo (me encanta que  dicha palabra aparezca subrayada en rojo en mi ordenador).
Casi de manera natural el párrafo anterior nos lleva a la siguiente cuestión: el coste y la asunción de ese coste que genera la toma de decisiones. Cualquier opción elegida genera unas consecuencias, unas positivas y otras negativas, asociadas de forma causal. Un ejemplo, si yo elijo no ir a trabajar hoy (la verdad es que no tengo muchas ganas) podré disfrutar de la cama un poquito más, pero a cambio tendré problemas con mi directora y, posiblemente, con la inspección educativa. He decidido exponer un ejemplo digamos que negativo porque, tal vez, sea más fácil entendible,  pero podría haber elegido otro con consecuencias más positivas.
Deseo hacer un breve inciso aclaratorio para abordar una cuestión. En una gran mayoría de casos  la valoración de las consecuencias es totalmente subjetiva, lo que para mi es bueno, para mi vecino puede ser horrible y viceversa. Imaginemos que para mi tomar una decisión que conlleve mi muerte, si pudiera resucitar, sería una mala opción, sin embargo para alguien que antepone el valor, el servicio a la patria o el honor, morir en combate no sea nada malo.
Una vez hecha esta aclaración sigamos. Como dije anteriormente toda decisión conlleva unas consecuencias, la asunción de estas consecuencias de manera voluntaria (alguien podrá decir, con razón absoluta, que al ser animales sociales que vivimos en comunidad gracias a una serie de normas, esta asunción voluntaria no es tal, pues siempre estará mediatizada por valores, normas… Cierto, pero a eso por el momento no quiero, ni seguramente pueda, dar respuesta. Dejemos, por tanto, el hecho en que nadie nos tenga que obligar a responsabilizarnos de nuestros actos mediante la palabra, la coacción o algo similar), entendida por tal la capacidad de responsabilizarse sin ningún tipo de coacción de las consecuencias de la elección elegida, forma parte indisoluble de la responsabilidad. Nadie es responsable si huye continuamente de las consecuencias de sus actos, o tal vez sí sea libre de no asumir sus consecuencias, pero es evidente que en muchos casos esta forma rehuir la realidad genera más problemas que ventajas. Veamos a lo que me refiero. Imaginemos que alguien mantiene una relación sentimental que es un desastre para esa persona. Sin embargo, a pesar del desastre que supone para cualquiera esta situación, nuestro protagonista no decide afrontar las consecuencias de que se equivocó a la hora de elegir pareja.  Tal vez alguien puede pensar que lo que nuestro nuevo conocido no tiene es valor para romper con su pareja, pero bien visto realmente lo que está haciendo es no asumir una realidad generada por una decisión previa, la de su pareja.
Como bien dije, la valoración de la idoneidad o no de una decisión es tremendamente subjetiva, pesando mucho en ello aspectos varios: momento vital de cada uno (encontrar y elegir un trabajo con un sueldo de 650 euros puede ser fenomenal para un chaval de 16 años, pero a mi me parece una mierda), estado anímico, influencias del entorno, historia previa de la persona, etc. Por tanto, no considero necesario profundizar más en tal asunto.
Sin embargo creo que el siguiente tema merece alguna línea más: mi libertad frente a la del otro. No comparto, en absoluto, el famoso dicho que reza: mi libertad termina donde comienza la del otro. Es más, me parece de una zafiedad insultante. La libertad individual, evidentemente, se ve coartada, tal vez sea mejor escribir restringida , cuando vivimos en sociedad, el ejemplo del trabajo anteriormente escrito creo que es suficientemente aclaratorio, es el eje sobre el que asienta cualquier sociedad. Esta limitación se produce mediante una serie de normas escritas, leyes, y otras no tan explícitas, pero que marcan las relaciones entre los seres humanos de una comunidad. Hasta aquí parece que todo confirma lo del dicho enunciado. Sin embargo en nuestras vidas hay un montón de situaciones que nos obligan a ejercer nuestra libertad no reguladas por esas normas, más o menos acertadas, y que ponen en conflicto la capacidad de decidir, la libertad, de varios seres humanos.
Imaginemos una cuestión como la que sigue. En un centro educativo hay un alumno muy problemático, tanto por su comportamiento como por su bajo rendimiento, que tiene varios maestros o profesores encargados de que el proceso enseñanza-aprendizaje llegue a buen puerto con dicho niño/adolescente. Tres de los docentes se reúnen voluntariamente (es decir lo han decidido libremente) para abordar el asunto. En la reunión el primero expone  que lo mejor es castigar la indisciplina y quitarse al alumno de encima el mayor tiempo posible mediante expulsiones. Un segundo docente expone que lo más apropiado es darle una enseñanza más individualizada, apoyándose en programas de modificación de conducta. El tercero no tiene ninguna idea, o al menos no la expone. Tanto el primer como el segundo docente, el tercero también, siguen las leyes, es decir, en teoría no vulneran la libertad de los demás.
¿Qué haría el lector ante esta situación? Decida lo que decida, especialmente si se pone en el papel del primer o segundo docente, está vulnerando los derechos, la libertad, de alguien, especialmente si nadie da su brazo a torcer. No sólo eso, sus decisiones tienen consecuencias sobre un niño/adolescente al que ni siquiera se le ha preguntado sobre la opción que él escogería, a este niño no se le da la posibilidad de elegir sobre lo mejor para su educación. Entonces ¿dónde comienza la libertad de cada uno? ¿Quién pisa a quién? Como se puede observar la libertad de alguien ni empieza ni termina en un lugar determinado y, por si esto fuera poco, su capacidad de elegir en muchos casos depende del papel que desempeña en la relación, aunque las decisiones le afecten directamente.
La conclusión parece clara: una simple frase ocurrente no es la solución más apropiada para resolver uno de los grandes retos de la Humanidad: vivir en sociedad, intentando lesionar lo menos posible los derechos de las personas que la constituyen.
Pero este tema, tal vez el esencial, lo dejaré para otro día, que intuyo no va a ser mañana.
Un saludo.



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