sábado, 29 de enero de 2011

MOLIÈRE IBA A TENER RAZÓN

La pareja de uno hasta hace poco conocía, en cierta medida, los tejemanejes de los laboratorios farmacéuticos. Esta imagen que me transmitió sólo reforzó la que me había presentado anteriormente una amiga médico, con lo que compartía casa de alquiler, y que me había abierto los ojos sobre el poder de la industria farmacéutica y el porqué muchos doctores podían recetar uno u otro medicamento.
La imagen que tenía de tales industrias se fue deteriorando a medida que mi pareja me transmitía ciertas informaciones sobre la experimentación de nuevos medicamentos, de dudosa eficacia y fuertes efectos secundarios, dirigidos a retrasar, en teoría, el efecto de cierto tipo de demencia senil.
Si a esto unimos la sobremedicación, a veces innecesaria, a la que nos vemos sometidos: véase el caso del TDAH, tan sangrante para mi, la vacuna de la gripe A o alguna que otra vacuna infantil que han tenido que retirar al poco tiempo de ser comercializada, mi consideración sobre tales empresas no puede ser peor.
Pero la gota que ha colmado el vaso son las informaciones que a través de la página de Miguel Jara, podéis encontrar el enlace en este blog a la derecha, sobre medicinas que no sólo no son ineficaces, si no que las moléculas que contienen son altamente perjudiciales para los usuarios, pudiendo provocar la muerte de los mismos. En denitiva, la pronta puesta en el mercado de ciertos medicamentos, en ciertos casos apoyado en pruebas no reales sobre los efectos de dichos fármacos, no sólo supone una estafa al consumidor, también puede significar su muerte o problemas serios de salud.
Es evidente que en todo este tinglado hay unas variables que al conjugarse forman un cóctel en algún caso letal. Si unimos las palabras rentabilidad, ganancias rápidas, escasez de tiempo y falta de escrúpulos tenemos los ingredientes. Bien agitado todo ello los resultados saltan a la vista.
Un dato, que podréis leer en el enlace que adjunto, cortito y esclarecedor, el 30% del precio de un medicamento viene determinado por la publicidad que de él se hace, en España el 40%. Es importante añadir a este dato que en nuestro país está prohibido hacer publicidad en los medios de comunicación de fármacos que sólo se pueden utilizar mediante receta médica. ¿Cómo se gasta ese 30 ó 40 % del precio final en los medicamentos que no está al alcance de cualquier usuario en una farmacia?
Invito, una vez más, a que el lector entre en el enlace que le voy a proporcionar, la contraportada del periódico la Vanguardia de hace unos días, y, en dos o tres minutos, saque sus propias conclusiones que, obviamente, puede que no coincidan con las mías.

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