miércoles, 17 de noviembre de 2010

TRANSICIÓN, TRÁNSITO, TRANSITABLE. GRACIAS

Concluí el libro que tenía entre manos, Anatomía de un instante, con la sensación de haber leído algo realmente bueno (cosa curiosa, pues no sé porqué, últimamente mis gustos literarios me hacen ser extremadamente crítico con lo leído).
Tal vez lo más interesante del libro, desde mi punto de vista, no esté en la historia contada, ni en los datos aportados. No, ese no es el gran acierto del escritor. Lo mejor de la obra es el final; concretamente las reflexiones últimas sobre el asunto de Javier Cercas. Para ello utiliza una figura, no voy a descubrir cual, que le sirve para alumbrar una visión de la Transición, y por ende de Suarez, desprovista de la pasión juvenil y pseudorrevolucionaria que muchos hemos poseído alguna vez. Las conclusiones finales son demoledoras, pero sobre todo humanas. Describe esa época desde el punto de vista del español medio y del contexto que existía, desarrollando una crítica explícita hacia los que, en vez de admirar el posibilismo, desde sus sillones critican a fecha de hoy los fallos del proceso. Los hubo, claro que los hubo, como en toda acción humana donde los intereses son dispares; pero el gran acierto fue hacer converger todos esos intereses en una idea común que facilitara la convivencia.
Recomiendo la lectura del libro, pero, si por cualquier causa, no se sienten con fuerzas o ganas para hacerlo, suplico que se lea la última parte del mismo. Tal vez, tras una lectura pausada de esa parte de la obra, todos seamos capaces de comprender donde estamos y que es lo que debemos hacer para mejorar la situación de todos. Tal vez, una parte de la generación que llevó a cabo la Transición nos ofreció un legado intangible pero eterno. Tal vez, en fin, nos indicó el camino que debemos seguir para no lacerarnos; nos indicó el camino para crear algo de lo que sentirnos orgullosos y donde poder vivir. Nos ofreció un legado, perfectible, que debemos considerar el fruto del hastío secular de un país, donde el espadón era más importante que la palabra y las charreteras más decisivas que el bien común. Por eso, antes de criticar los fallos, lo que quedó pendiente en aquellos años, creo que deberíamos usar una balanza y considerar si esas renuncias, que, sin duda alguna, huberan enquistado la situación, eran más importantes que sentar las bases de una sistema donde, al menos, durante más de treinta años, por primera vez en dos siglos, no hemos utilizado el fúsil para relacionarnos entre nosostros.
Es muy posible que la Historia tenga sus tiempos. Tiempos y formas adecuados para realizar actos perdurables y, por qué no decirlo, deseables. En aquella época sus protagonistas intuyeron que ese era el tiempo de hacer aquello y acertaron. Lo que dudo mucho es que los encargados actuales de escrutar el presente, de intuir las oportunidades y las necesidades de este momento sean tan avispados como los que hace más de tres décadas construyeron el edificio legal en el cual viven instalados estos petrimetres que pululan por la política nacional. ¡Ojalá me equivoque! Pero desde hace cierto tiempo, el pesimismo respecto a la casta política se ha instalado en mi y no puede despojarme de esa negra vestimenta.
Simplemente, me gustaría concluir con una apreciación que aparece varias veces en el libro y que este humilde bloguero porta como bandera: es absurdo utilizar el pasado para taponar el presente; es más útil y práctico considerar que esperamos del futuro y empezar a construirle.
Un saludo.

1 comentario:

Spaski dijo...

Llevo tiempo con ganas de leerme este libro, pero después de ñeer tu entrada tengo muchísimas más ganas. En cuanto acabe lo que tengo entre manos le meto una lectura. Espero que me guste tanto como a tí.
Un saludo!